El extraño caso de una familia de 12 hijos, de cuyos 6 padecen esquizofrenia: una historia de amor y oscuridad

El drama de la familia Galvin, y sus implicaciones en el avance de la ciencia, del estadounidense Robert Kolker, es una de las mejores crónicas periodísticas de los últimos tiempos. Por Daniel Arjona

Curiosidades 13/11/2022 Editor Editor

Todo el mundo conocía y apreciaba a los Galvin en Hidden Valley Road (Colorado Springs), a donde se habían mudado en otoño de 1963. Cómo no. Nada menos que 12 hijos —10 de ellos varones—, un padre capitán de las Fuerzas Aéreas, una madre tan sociable como autoritaria y una curiosa afición a la cetrería que hizo famosos a los halcones de la familia que sobrevolaban diariamente el barrio. Don casi nunca estaba en casa debido a sus viajes de trabajo y era su mujer Mimi quien gobernaba con mano de hierro un hogar donde el exceso de testosterona juvenil estallaba en forma de peleas constantes. Lo normal. Una noche, a los 16 años, el primogénito y deportista modelo Donald hizo añicos 10 platos en la cocina. Sus padres lo pasaron por alto. Aquel era un muchacho taciturno y un mediocre estudiante, pero poco más, a otros chicos les iba mucho peor. Sin embargo, Donald sabía que, desde hacía ya algún tiempo, algo no iba bien en su cabeza.

 Tres años después, en 1966, después de torturar a varios gatos, arrojarse a una hoguera y dos intentos de suicidio, sus padres fueron a buscar a Donald a la universidad, donde lo encontraron lavándose el pelo con cerveza. Cuando lo llevaron a casa, les aseguró que la CIA le andaba buscando y se tiró de pronto al suelo: "¡Nos disparan!". Aquello fue solo el principio. En los años que siguieron, uno detrás de otro, seis de los vástagos de los Galvin fueron despeñándose en el pozo negro de la locura. Una aterradora historia de amor y oscuridad se cerró sobre una arquetípica familia americana que, sin embargo, permitió también unos avances tan rápidos como sorprendentes en la investigación de las enfermedades mentales y que ahora rescata un libro espectacular del periodista Robert Kolker: 'Los chicos de Hidden Valley Road. En la mente de una familia americana' (Sexto Piso, 2022).

"Parece imposible calcular las probabilidades de que llegue siquiera a existir una familia como esta", explica Kolker, "y mucho menos de que se mantenga intacta el tiempo suficiente como para acabar saliendo a la luz. No ha resultado fácil hasta ahora detectar el patrón genético exacto de la esquizofrenia: su existencia se anuncia, pero de manera fugaz, como el parpadeo de unas sombras en la pared de una caverna. Durante más de un siglo, los investigadores tenían entendido que uno de los mayores factores de riesgo de padecer esquizofrenia era la heredabilidad. Lo paradójico es que no parece que la esquizofrenia se transmita de modo directo de padres a hijos. Psiquiatras, neurobiólogos y genetistas estaban todos convencidos de que tenía que haber en alguna parte algún fragmento de código genético que determinara la enfermedad, pero jamás han sido capaces de localizarlo. Entonces llegaron los Galvin, que, por el alarmante número de casos, ofrecían un mayor grado de información respecto del proceso genético de la enfermedad de lo que nadie hubiera considerado posible".

Alguien voló sobre el nido del cuco
Durante la primera mitad del siglo XX, el planteamiento dominante respecto a la esquizofrenia era "tan ineficaz como inhumano". Los sanatorios mentales funcionaban como auténticas carnicerías en las que se experimentaba con los enfermos, se les administraba cocaína, manganeso o aceite de ricino, se les inyectaba sangre animal y trementina, se les gaseaba con dióxido de carbono y oxígeno concentrado, se les inducía al coma con insulina o se les lobotomizaba seccionándoles los nervios del lóbulo frontal, como le ocurre al inolvidable McMurphy interpretado por Jack Nicholson en ' Alguien voló sobré el nido del cuco '.

La reacción humanista a tales horrores terminó por alentar otros nuevos. Espantados por el trato dado a los enfermos mentales, una nueva generación de psiquiatras como la doctora Frieda Fromm-Reichmann decidieron negar la base biológica de la esquizofrenia y fiarlo todo a la terapia que ayudara a sus pacientes a encontrar la cura que ellos anhelaban desde lo más hondo de su ser. En el camino se les ocurrió que lo que causaba en realidad la patología era la influencia perniciosa de unos progenitores dominantes. La gente no nacía con esquizofrenia, la culpa era de los padres, en concreto de unas madres bautizadas como 'esquizofrenógenas'. La lección de aquellos tiempos para unos padres arrojados al abismo de la culpabilidad estaba bien clara. Si le pasaba algo raro a tu hijo, lo último que debías hacer era contárselo a un médico.

 Para la antipsiquiatría, el loco era el rebelde, el disidente que se negaba a aceptar el orden socialmente establecido

En los antiautoritarios 60, mientras los hermanos Galvin iban perdiendo la cabeza, el fenómeno llegó a un punto de no retorno con la antipsiquiatría de Thomas Szasz o Robert Laing para quienes la enfermedad mental no era más que un mito, una forma de sometimiento por parte del poder, y el loco era el rebelde, el disidente que se negaba a aceptar el orden socialmente establecido. La esquizofrenia se reconfiguraba así como de enfermedad a metáfora, mientras familias como los Galvin iban quedando cada vez más desamparadas con el único recurso del Thorazin y otros recién llegados neurolépticos que calmaban a sus hijos, convirtiéndolos en zombis.

Sociedad contra genética
En 1967 tuvo lugar la batalla final entre los partidarios de lo adquirido y los de la genética en un congreso psiquiátrico celebrado en el paradisíaco Dorado Beach de Puerto Rico. No fue reñido. El investigador del Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) David Rosenthal demostró inequívocamente después de años de estudio que la biología explicaba prácticamente todos y cada uno de los casos documentados de esquizofrenia. "En general, las familias con un historial de esquizofrenia parecían tener cuatro veces más posibilidades de transmitir la enfermedad a futuras generaciones que el resto de la población, aunque, como siempre, el trastorno rara vez pasara directamente de padres a hijos".

Las familias con un historial de esquizofrenia parecían tener cuatro veces más posibilidades de transmitir la enfermedad

 Pero un punto ciego acechaba al nuevo consenso en ciernes. Por una parte, nadie había sido capaz de aislar algo así como "el gen de la esquizofrenia" y los científicos dudaban de que tal cosa fuera incluso posible. Por otra parte, era evidente que no todo el que portaba los genes aciagos desarrollaba la enfermedad, algún activador del entorno debía participar de algún modo. Haría falta un campo de pruebas inusual para desencallar la investigación, una familia muy extensa, con tantos esquizofrénicos como sanos que permitiera cribar al detalle los condicionantes biológicos y sociales. Pero tal configuración familiar sería tan rara que probablemente nunca se habría dado. Fue entonces cuando a una joven pupila de Rosenthal en el NIMH llamada Lynn DeLisi alguien le habló de los Galvin...

 Robert Kolker logra con 'Los chicos de Hidden Valley Road' una auténtica proeza periodística al alternar la secuencia de una tragedia familiar casi imposible de resistir, cuajada de locura, violencia y abusos sexuales, pero también de amor fraternal y esperanza, con la narración apasionante de los avances científicos que buscan desentrañar qué ocurre y por qué cuando algo descabalga nuestra frágil sensatez. Y con excursos imborrables como la hipótesis de que la esquizofrenia no sería tanto un cortocircuito de la razón como una razón excepcionalmente afilada y atenta, incapaz de dejar de atender la más mínima y prescindible señal con que nos bombardea el mundo exterior. Pues como escribió Chesterton, "loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo, menos la razón".

Con información de "El Confidencial"

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