"Hitler estaba destrozado, su rostro era una máscara de miedo y confusión": cómo fueron los últimos días del líder nazi hace 80 años

El 1 de mayo de 1945, cerca de las 10:30 de la noche, la Radio de Hamburgo interrumpió la Séptima Sinfonía de Anton Bruckner con un mensaje que paralizó al mundo: “Nuestro Führer, Adolf Hitler, luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo, cayó por Alemania esta tarde”.

30/04/2025EditorEditor

Perfecto, gracias por la información. A continuación, te presento un borrador del artículo al estilo habitual que solemos usar: cautivante, claro, con fuerza narrativa y enfoque periodístico.

 


"Hitler estaba destrozado, su rostro era una máscara de miedo y confusión": cómo fueron los últimos días del líder nazi hace 80 años
Por Redacción Cultura en Red

El 1 de mayo de 1945, cerca de las 10:30 de la noche, la Radio de Hamburgo interrumpió la Séptima Sinfonía de Anton Bruckner con un mensaje que paralizó al mundo: “Nuestro Führer, Adolf Hitler, luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo, cayó por Alemania esta tarde”.

Minutos después, la BBC transmitía con urgencia: “La radio alemana acaba de anunciar que Hitler ha muerto”. Así, una de las figuras más sombrías del siglo XX, se despedía del escenario público. O al menos eso se creía.

Con el paso del tiempo, se reveló que no había caído en combate, sino que se había suicidado el día anterior, escondido en un búnker subterráneo en Berlín. Su rostro, según testigos, era una máscara de miedo y confusión. Así terminaron los días del hombre que había desatado la Segunda Guerra Mundial y orquestado el asesinato sistemático de seis millones de judíos.

Un imperio en retirada
Para 1944, la Alemania nazi estaba en caída libre. Los Aliados avanzaban desde el oeste, Roma había sido liberada, y el ejército soviético cercaba Berlín desde el este. Pese a ello, Hitler se negaba a rendirse.

Tras su última gran apuesta militar, la fallida ofensiva de las Ardenas, Hitler regresó a Berlín el 16 de enero de 1945. Desde entonces, prácticamente no volvió a salir. Su mundo se redujo al Führerbunker, un refugio claustrofóbico, húmedo y sin ventanas, enterrado bajo la Cancillería del Reich.

La caverna del ocaso
Con treinta habitaciones reforzadas por muros de concreto de cuatro metros, el búnker era seguro, pero no confortable. El aire viciado, el ruido de los generadores, la ausencia de luz natural y el hacinamiento convertían al lugar en una tumba anticipada.

A principios de abril, mientras las tropas soviéticas ya asediaban la ciudad, Hitler se aisló casi por completo. Solo salió dos veces en sus últimos días: el 20 de abril para recibir felicitaciones por su cumpleaños número 56, y el 23, para un breve paseo por el jardín. Allí se tomaron las últimas fotos del dictador.

Entre fantasías y traiciones
Mientras afuera el Reich se desmoronaba, adentro Hitler mantenía una rutina fantasmal. Dormía hasta el mediodía, celebraba reuniones informativas con sus generales y pasaba horas divagando en monólogos ante sus secretarias.

La situación militar era desesperante. Pero ni siquiera eso lo convencía de huir. El 21 de abril ordenó una contraofensiva inexistente, basada en unidades fantasma que solo existían en su imaginación. Cuando comprendió que Berlín caería, estalló en cólera. “No puedo seguir. Mi sucesor se encargará”, habría dicho, según reconstrucciones históricas.

Pero incluso su círculo de confianza lo estaba abandonando. Hermann Goering, su sucesor designado, le envió un telegrama para asumir el mando. Hitler lo interpretó como un intento de golpe. Le ordenó renunciar. Heinrich Himmler también negoció en secreto con los Aliados. “Todos me han mentido, todos me han traicionado”, dijo Hitler, devastado.

La última decisión
Aún tenía opciones. Hanna Reitsch, la famosa aviadora nazi, logró aterrizar en Berlín para ofrecerle una vía de escape. Hitler la rechazó. Había tomado una decisión.

El 30 de abril de 1945, encerrado en su oficina del búnker, se suicidó junto a Eva Braun, su compañera de los últimos años, con quien se había casado 40 horas antes. Sus cuerpos fueron quemados a pocos metros del lugar. Al día siguiente, Alemania anunciaba su muerte en la radio. Pero ya era tarde: el Tercer Reich se había derrumbado.

Ochenta años después, su figura sigue siendo símbolo del mal absoluto. Y sus últimos días, un sombrío recordatorio de cómo incluso los tiranos más poderosos terminan encerrados, traicionados, y solos.

 

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