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Hace 26 años el documental que emitió el Canal Cuatro de Gran Bretaña estremeció al mundo. Allí se mostraban las condiciones infrahumanas en que vivían los niños en los orfanatos de China. Una historia vinculada al plan -y la obligación- del hijo único y que todavía arrastra sus dramáticas consecuencias
Mundo01/06/2021La decadente habitación estaba a oscuras y en silencio. El olor era insoportable. Al prender la luz, la imagen le pegó un puñetazo en la retina. Entre las paredes sucias, sobre una cama revuelta de madera, había lo que parecía ser un niño inmóvil.
Evitando ser desbordada por el horror, la periodista y documentalista que vive en Gran Bretaña, Kate Blewett, comenzó a desenvolver ese cuerpo quieto. Desplegó la manta amarilla y vio un puñado de huesos con ojos. Ojos purulentos, llenos de costras, y muy abiertos, en una mirada de entrega, vacía de cualquier esperanza. Ojos que alumbraban la idea de que jamás, esa pequeña persona, había sido amada, acunada o consolada. Ojos que sabían muy bien que llorar no servía de nada.
Cuando terminó de quitarle la ropa lo confirmó: era mujer, como casi todos los demás niños en los orfanatos chinos. Solo movía la cabeza de un lado a otro, sin emitir sonido alguno. Sus escuálidas piernas y sus protuberantes costillas denunciaban una desnutrición fatal. Se llamaba Mei Ming, que dicen que en chino significa sin nombre, y su edad incierta rondaba los dos años.
Mei Ming estaba a solas en ese negro espacio, sin ser alimentada ni atendida, desde hacía diez días. Esperaba el beso de la muerte. Cuatro días después, por inanición, su vida se apagó en ese infame cuarto donde había sido abandonada.
Un documental espeluznante
Luego de un año de escuchar rumores sobre las atrocidades que estarían ocurriendo en los orfanatos chinos, donde las bebas y los niños con discapacidad, de cualquier género, eran abandonados hasta morir, un equipo conformado por tres documentalistas partieron, a ese país, con una misión: verificar si esto era cierto e intentar documentar el espanto.
Para poder certificar los trascendidos, Kate Blewett, Brian Woods y Peter Hugh, viajaron miles de kilómetros a través de China simulando ser trabajadores de orfanatos norteamericanos. Arribaron al gigante asiático por separado. Cada uno llevaba pedazos de unas cámaras, con grandes angulares, con las que filmarían el documental. Debían evitar ser descubiertos.
Una vez dentro de China, se reunieron y ensamblaron sus cámaras ocultas. Sabían que corrían el riesgo de ir presos. Para proteger a los ciudadanos chinos que colaboraron con ellos, ni sus caras ni sus nombres fueron divulgados y, para visitar los orfanatos se manejaron con nombres falsos y con permisos oficiales que les hacían los mismos centros. Tampoco, por precaución, identificaron los hospicios que visitaron. Mientras, en cada establecimiento al que llegaban lo iban registrando todo.
Lo que vieron y grabaron fue atroz.
El 12 de junio de 1995, el filme documental de casi 38 minutos al que titularon Las habitaciones de la muerte, producido por Lauderdale Productions, fue emitido por el británico Canal Cuatro y dedicado a Mei Ming y a todas las Mei Ming que pasaron por lo mismo. Las imágenes consiguieron despabilar al mundo sobre lo que estaba ocurriendo con esos niños “descartados” en China.
Lo que se vio
Las cámaras captaron a decenas de bebés atados: las muñecas a los apoyabrazos y los tobillos a las patas de las altas sillas de bambú. Durante horas y horas. Debajo de la hilera de sillas, había una fila de palanganas plásticas ubicadas justo a la altura del asiento: cumplían la función de recoger el pis y los excrementos que caían del agujero que estos tenían en el centro. Los bebés llevaban el pelo muy corto y estaban vestidos con ropa unisex. Nadie los tocaba, ni les hablaba, ni los estimulaba. En la filmación se ve a un pequeño, que ya camina por sí solo, que se dirige hasta donde está sentada una bebé. Golpea, con fuerza, su cabeza contra la de ella. Una y otra vez y otra vez más. Ninguno de los dos dice nada, ni siquiera lloran.
Una empleada de uno de los orfanatos relata que en el verano anterior, con 37 grados de calor, habían muerto el 20 por ciento de los bebés o quizá más porque las sumas y restas no dan exactas jamás en estos lugares. ¿Dónde estaban los bebés que faltaban? Nadie lo sabe.
Kate quería saber el sexo de los internados. Siempre que podía los desvestía y constataba el género. No era una tarea fácil, hacía mucho frío y estaban cubiertos de pies a cabeza por mantas gruesas y, a su vez, envueltos en varias prendas de ropa. Todas las que pudo revisar resultaron mujeres. Los varones que encontró eran, en cambio, eran niños con discapacidades.
En los hospicios visitados, los bebés sucios y hambreados constituían mayoría absoluta. Estaban tirados en sus cunas con mamaderas que no las sostenía ni una madre, ni una cuidadora, ni ningún ser humano… En realidad, estaban apoyadas sobre alguna pila de algo. Si la tetina, de casualidad, se salía de la boca del bebé porque este se movía, nadie se iba a ocupar de volver a ponerla en su lugar. Niños reptaban por los pasillos, sin higiene alguna. Tampoco se veían adultos supervisando.
En una secuencia se observa a una mujer en cuclillas que baña a un bebé como si fuese un muñeco de trapo. Lo zarandea de lado a lado y, mientras ella está esa posición escurriendo una toalla, aprieta al niño desnudo entre su muslo y su codo para que no aterrice en el piso helado.
Para intentar explicar cómo se llegó a esta situación y por qué ocurrieron estos tremendos abusos y crímenes infantiles, debemos remontarnos a años atrás y a las políticas chinas para evitar la sobrepoblación y sortear las temidas hambrunas.
Las escenas de Las habitaciones de la muerte, con muchas huellas en YouTube, eran propias de una obra de Charles Dickens: niños escuálidos, malnutridos y sucios, atados a camas o váteres de madera, grabados en salas donde no les quedaba otro futuro que el de morir por una enfermedad o necesidad remediable. La negligencia era evidente. Nadie que lo viera pudo olvidar nunca tantos ojos suplicantes y a seres como Mei-Ming (“Sin nombre”, en chino), abandonada desde hacía una semana en una de las habitaciones. Murió tres días después de la visita de los periodistas. El informe que Human Rights Watch elaboró de China aquel año era claro desde el título: Death by default (muerte por omisión).
La Ley del hijo único llevó a un brusco envejecimiento de la población china, un gran aumento en el número de abortos y esterilizaciones y la aparición de una generación de “jóvenes emperadores” inseguros, pesimistas y nerviosos, según un estudio reseñado por la agencia científica SINC. Solo en 2013 el Partido Comunista Chino relajó la aplicación de esta política, permitiendo que tuvieran dos hijos aquellas parejas sin hermanos.
China ha mantenido siempre que la medida permitió elevar el nivel de vida de sus ciudadanos más rápidamente. Para la mentalidad occidental, la norma era misógina y atentaba contra la libertad del ser humano.
El efecto más notable del documental de Channel 4 fue que generó una ola de solidaridad en forma de adopciones internacionales. España se convirtió en el segundo país del mundo con mayor índice de menores chinas entre sus familias. El propio gobierno chino fomentó el fenómeno hasta que años más tarde empezó a ralentizar los procesos para adoptar (que pasaron de nueve meses a ocho años de espera); ya no casaban con la nueva imagen de país pujante que transmitirían los Juegos Olímpicos de Pekín (2008). En esa época, mientras en China proliferaba la publicidad respetuosa con el hijo único niña (como en el póster de la imagen), en el extranjero las solicitudes de adopción viraron a países como Rusia.
Muchas cosas han mejorado en la política de infancia china. Pero no todas. Hace poco tiempo, un equipo de la BBC filmaba cómo a día de hoy en el país se puede adquirir un bebé por Internet. Pese a las redadas policiales, cada año se denuncia en el país asiático el robo de unos 20.000 niños, según este reportaje.
En los últimos días, el partido comunista chino anunció que permitirá a las parejas tener hasta 3 hijos, debido al descenso poblacional.
Con información de Infobae y politicaexterior.com
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