La novia desconocida de Hitler: era menor de edad, lo llamaba “mi Lobo”, habló de su sexualidad

María Reiter conoció a Adolf Hitler en 1926 a los 16 años, poco tiempo después que él, que tenía 37, dejara la cárcel y escribiera Mein Kampf. Los encuentros a escondidas. El pedido de él para que sólo fueran amantes, la decepción de ella que casi la lleva a la muerte y su opinión sobre el Führer en la cama. Por Hugo Martin

Curiosidades 18/06/2023 Editor Editor

El primer encuentro entre ambos sucedió en 1926 y no fue para nada romántico. María Josefa Reiter-Zierhan estaba junto a su hermana mayor, Anna, en el parque de la ciudad de Berchtesgaden, ubicada a unos pocos kilómetros de la frontera con Austria. Dos semanas antes, su madre había muerto de cáncer. Adolf Hitler, por entonces, tenía 37 años y ya era una figura central del Partido Nacional Socialista de Alemania. Había visto a ambas en el negocio que llevaban adelante debajo del hotel donde se hospedaba en su paso por la ciudad, el Deutsche Haus. Y la más chica de las hermanas, que sólo tenía 16 años, lo obsesionaba. Así fue siempre: todas sus relaciones fueron con mujeres mucho más jóvenes que él. Su sobrina Geli Raubal tenía una diferencia de 19 años con él; y Eva Braun, su relación más conocida, contaba con 23 años menos. Mitzi, como le decían a María Reiter, no sería la excepción.

El Führer se acercó a las muchachas y comenzó a hablar. Mitzi estaba con su perro, un ovejero alemán llamado Markus. Hitler, con el suyo, Prinz, que le habían regalado en 1921. Ambos animales se pusieron a jugar, pero luego comenzaron una pelea. Entonces, Hitler golpeó salvajemente a su mascota con una fusta, al tiempo que le gritaba. Mitzi se espantó con su conducta y le preguntó cómo podía ser tan brutal con su perro. Hitler sólo respondió: “Era necesario”. Esa fue su carta de presentación ante la niña. ¿Qué no podía salir mal con el Führer?

Los padres de Mitzi eran Karl y Mara. Karl era sastre y simpatizaba con el Partido Social Demócrata. Y sus ideas eran totalmente opuestas al nazismo. Con esfuerzo, había fundado una pequeña empresa vinculada a la industria textil, que instaló en la calle MaximillianStrasse. Su esposa, Mara, era ama de casa. Tuvieron cuatro hijos: dos varones, Karl y Richard, y dos mujeres, Anna y Mitzi, la menor, que nació el 23 de diciembre de 1909. Al contrario que sus padres, Richard, que de joven viajó a Munich, se empapó del ideario nazi.


Una de las pocas imágenes de María Reiter

Cuando la madre de Mitzi murió, ella se vio obligada a dejar la escuela y comenzar a trabajar en el negocio de ropa de Obersalzberg. Allí conoció a Hitler: su hermano lo distinguió cruzando la calle y corrió para saludarlo. Pero después del primer encuentro en el parque, parecía que la relación terminaría allí mismo. Según contó después de la guerra su sobrino, también llamado Richard, la primera impresión de Mitzi fue horrible. “No podría soportar estar con ese hombre que usa una estúpida mosca bajo la nariz. Además, tiene veinte años más que yo”, le dijo a su hermana.

Sin embargo, Hitler no claudicó. En el hotel donde se alojaba anunció una charla para miembros del Partido Nazi. Bajó al negocio e invitó a las hermanas. Mitzi aceptó. Lo vio hablar como un poseído, mientras los ojos se clavaban en ella. Y se enamoró perdidamente de ese hombre. Pero, al mismo tiempo, la diferencia de edad la paralizaba. En una oportunidad, en casa de su hermana, Hitler se le acercó y le pidió un beso. Ella se negó, él enfureció y se marchó gritando “¡Heil!” y dando un portazo. Pero estaba encandilado por la muchacha. Mitzi era el ideal de belleza que encarnaba el nazismo: era rubia y de ojos celestes. Al día siguiente envió un emisario al negocio de las hermanas con un mensaje solapado: “El hombre está en llamas por usted”. María dejó caer sus defensas.

Según Cate Haste, la autora de Mujeres nazis (2001), Mitzi “quedó impresionada por su celebridad y por su vestimenta. En ese momento usaba pantalones, sombrero de terciopelo ligero, látigo de montar y un abrigo cerrado por un cinturón de cuero… Hitler, además, le dijo que le recordaba a su propia madre, especialmente a sus ojos”. Es cierto: Klara Polzl, su madre, tenía una mirada celeste y profunda. Además, la diferencia de edad era parecida a la que tenía su padre, Alois Hitler, con ella. Para los biógrafos del Führer, la muerte de su madre en 1907, dejó una honda huella en él. Tanto, que el 30 de abril de 1945, a la hora de dispararse en el búnker de la Cancillería junto a Eva Braun, cuando los mil años del Tercer Reich agonizaban bajo las bombas del Ejército Rojo, en su mano izquierda sostenía una foto de Klara. Así contaron los coroneles Heinz Linge y Otto Günsche (su edecán, además), quienes hallaron su cadáver.

Luego del enojo y la disculpa, Hitler y Mitzi comenzaron a salir. Él usaba varios apodos para llamarla, además de Mitzi, le decía Mimi o Mimilein. Pero a pesar de la cercanía, no podían tener una relación abierta ni sus encuentros debían suceder bajo la mirada de la gente. Todo debía transcurrir en forma clandestina. La primera salida fue por demás extraña: Hitler le pidió si podía acompañarla al cementerio donde estaba enterrada la madre de María.

En 1959, luego de la guerra, María Reiter vendió su historia a la revista Der Stern y habló con el periodista Günter Peis. Su relato de ese momento es novelesco. Para muchos biógrafos, habla más de los deseos de esta mujer que de la realidad. Sin embargo, dejó su testimonio: “Volví a mirar las coronas; entonces empecé a llorar porque me di cuenta de que Herr Hitler estaba conmovido por algo que no quería decirme. Lloré más y más. Entonces se volvió hacia mí, me agarró las manos, las dobló, las estrechó contra su pecho y apretó mi cabeza contra él. Las palabras que me dirigió Hitler sonaban serias: ‘Aún no estoy preparado’”.

El primer beso llegó, al fin, cuando ambos paseaban por el lago Starnbergersee. Hitler, siempre en el relato de ella, la pasó a buscar en el Mercedes Benz que conducía su chofer, Emil Maurice. Durante el viaje, se le acercó: “Tomó mi mano y la puso en su regazo, luego la otra y la apretó, y dijo ‘ahora tengo tus manos y te tengo a tí”. Luego, contó, Hitler pasó su brazo alrededor de su cuello y la atrajo hacia él durante el resto del trayecto. Cuando arribaron a un sitio apartado, la llevó hasta un árbol, la besó y le pidió que lo llamara “Mein Wolf” (“Mi Lobo”). Allí también la bautizó como “La ninfa del bosque”.


La tapa del Daily Mirror con la historia de María Reiter luego que ella diera una nota al Der Stern de Alemania. El título esconde un error: si algo no quiso ser Mitzi fue una "amante oculta"

Llegaron las promesas, claro. En una oportunidad, María acompañó al equipo de patinaje de Berchtesgaden a Munich. Allí se encontró con él. En la entrevista contó que Hitler “quería que fuera su esposa, formar una familia, tener hijos rubios… pero en ese momento no tenía tiempo para pensar en esas cosas”. También dice que le juró que “cuando tenga mi nuevo departamento te quedarás conmigo para siempre. Elegiremos todo juntos, los cuadros, las sillas, lo puedo ver: hermosos, grandes sillones de la felpa violeta”. Nada de eso sucedió. Hitler, por esos años, estaba demasiado ocupado reorganizando al Partido Nazi como para pensar en casarse. “Mi novia es Alemania”, solía decir.

Había salido de prisión en 1924 luego de permanecer nueve meses encerrado, mucho menos que la condena a cinco años por su participación en el intento de derrocar al gobierno entre el 8 y el 9 de noviembre de 1923, en el llamado Putsch de la Cervecería, en Munich. Entre rejas había escrito Mein Kampf, su oscuro manifiesto político. Luego comenzó una intensa actividad política. En ese derrotero, visitaba con frecuencia las localidades de Baviera alrededor de Munich, como Berchtesgaden, donde se relacionó con Mitzi. Pero también, un poco antes, había conocido a Eva Braun, aunque el protagonismo de ésta se acentuó durante la década siguiente. Es decir, no contemplaba tener una relación estable. Berchtesgadan era, además, un lugar que le agradaba; muy cerca de allí, pocos años después, erigió el Berghof, su residencia oficial fuera de Berlín, y a pocos metros se construyó el “Nido de Águila”, que le regalaron para sus 50 años, visitó muy pocas veces por su fobia a las alturas y aún sigue en pie como restaurante.


Hitler con su sobrina, Geli Raubal, cerca de 1930. Como María Reiter o luego con Eva Braun, el Führer las elegía muy jóvenes

Prueba de que no deseaba formalizar con nadie, es que uno de sus tantos viajes desde Munich a Berchtesgaden, Hitler apareció para el cumpleaños 17 de María, el 23 de diciembre de 1926. En la ocasión le regaló una edición de lujo, encuadernada en cuero, de Mein Kampf. Ella retribuyó el obsequio con dos almohadones en los que había bordado el escudo del Partido Nazi. Hitler le propuso a María que fueran amantes. Pero Mitzi no aceptó, quería ser mucho más que eso. En su delirio de amor, soñaba con una boda, se ilusionaba con ser la primera dama nazi. El Führer, decepcionado por su negativa y por el temor creciente a que esa menor de edad despechada fuera un obstáculo en su carrera política, comenzó a alejarse de ella. Y Mitzi quedó deshecha.

En ese lapso, no obstante, intercambiaron cartas. En una de las que se hallaron, fechada en febrero de 1927, Hitler le escribe: “Mi querida, buena niña, estaba realmente feliz de recibir esta señal de tu tierna amistad hacia mí... Me recuerdan constantemente tu cabeza descarada y tus ojos... En cuanto a lo que te está causando dolor personal, puedes creerme que simpatizo contigo, pero no debes dejar que tu cabecita se incline por la tristeza…. Por más feliz que me haga tu amor, te pido ardientemente que escuches a tu padre (Nota: se refería a él mismo). Y ahora, mi querido tesoro, recibe los más cálidos saludos de tu Lobo, que siempre está pensando en ti”.

Sin embargo, a pesar de las palabras, Hitler no la volvió a ver durante algunos años. “Todo mi mundo comenzó a derrumbarse. No sabía qué había pasado, nada... Todo tipo de imágenes aparecieron en mi mente... rostros de otras mujeres y Hitler sonriéndoles. Yo no quería seguir viviendo”, contó María 14 años después de la guerra. En su desesperación, intentó suicidarse. Se ató al cuello un extremo de la soga de colgar la ropa y ató el otro a la manija de una puerta. Se dejó caer y perdió el conocimiento, pero fue salvada providencialmente por su cuñado, que apareció por casualidad.

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Hitler y Eva Braun, la más conocida de sus relaciones y con quien se casó un día antes de suicidarse en el bunker de la Cancillería en 1945 (Grosbygroup)

En este punto hay un hecho que algunos historiadores relatan pero sin demasiadas pruebas. Y es que Hitler estaba siendo chantajeado dentro de su propio partido por su relación con la menor de edad. Según Lothar Machtan, autor de The Hidden Hitler (El Hitler oculto), el apuntado fue su chofer, Emil Maurice, y la novia de éste, Ida Arnold, que simulaba una amistad con Mitzi y enviaba cartas al partido contando pormenores del noviazgo. Cuesta creer que Hitler, con todo el poder que ostentaba, habría sucumbido a un chantaje. Pero, por cierto, tiempo después Emil Maurice fue apartado. La versión oficial señaló que tenía judíos entre sus ancestros. Pero, para esa época, Hitler ya convivía en Munich con su sobrina, Geli Raubal, y había descubierto un amorío de ésta con Emil. En 1931, Geli se suicidó, o la mataron. No hubo una versión concluyente sobre ese hecho.

María Reiter, por su parte, intentó olvidar a Hitler. En 1930 se casó con un hotelero llamado Fernand Woolrich. Pero el matrimonio fue un desastre, y un año más tarde sobrevino la separación. Al poco tiempo, siempre según su relato, intentó regresar al círculo íntimo de Hitler a través de Rudolf Hess. Vio al Führer en Munich y -dijo- tuvieron una noche “donde todo pasó” y, añadió, “fui más feliz que nunca”. A pesar de las muchas versiones sobre la sexualidad del líder nazi, según ella era “normal” en la cama. Hitler, que ya tenía una relación también clandestina con Eva Braun, le volvió a proponer que fueran amantes, algo que la joven rechazó por segunda vez. Para Hitler era impensable relacionarse con una divorciada.


Una de las supuestas cartas que María "Mitzi" Reiter le envió a Hitler

En 1936, María Reiter volvió a casarse, esta vez con un oficial de las SS llamado Georg Kubisch, que trabajaba junto a Josef Goebbels. Sin embargo, dos años más tarde ella y Hitler se volvieron a encontrar. Según su versión, él le habló mal de Eva Braun. En junio de 1940, a los 32 años, Kubisch fue muerto en acción durante la batalla de Dunkerque. Como consuelo, Hitler le envió a María cien rosas rojas y una invitación a verlo, que ella declinó.

Ahora sí, nunca más se vieron. Sólo quedaron dos cartas (aunque su autenticidad está en duda) que ella le envió durante los últimos meses de la guerra. Fuera de las propias palabras de Mitzi, la única que confirmó que entre ella y Hitler hubo una relación íntima fue Paula Hitler, la hermana del Führer, que conocía a la joven. También en 1959, en Munich (donde vivía bajo el nombre de Paula Wolf) dijo que “fue probablemente la mujer que mi hermano más amó”.

Luego del suicidio de Hitler y el final de la Segunda Guerra Mundial, María Reiter se casó por tercera vez, ahora con un ex oficial nazi discapacitado llamado Walter Zierahn. Murió en 1992, está enterrada en Munich y no tuvo hijos. Según su sobrino Richard, porque Hitler le pidió que se practicara una histerectomía. Una crueldad más, propia de un monstruo. Infobae

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