«Sentí una voz y una fuerza que me levantó del piso y me dijo: acá estoy»-

Margarita da Silveira nació en Tacuarembo, al norte de Uruguay. Es la menor de dos hermanos. «Siempre fui rebelde, egoísta, caprichosa y muy desobediente», dice de sí la propia Margarita. «En mi casa jamás me hablaron de Dios«. Su entorno familiar decía ser creyente, pero era de una forma superficial, pura tradición. Nunca supe rezar y tampoco pisaba una iglesia, salvo para asistir a algún matrimonio o bautizo.

Mundo29/04/2023EditorEditor

Acostumbraba a tenerlo todo sin esfuerzo, no aprendió el valor de las cosas. Pero a los 17 años se fue a vivir al campo cerca de Río Gallegos, al sur de Argentina, en la Patagonia. Fue como un periodo de prueba para ella, para conocer cómo trabajaban allí el campo, conocer la vida rural. Fue un choque brutal con otra realidad, lejos de su país, de su familia, de sus comodidades.

Tuvo que aprender de golpe a hacer todo lo que no había hecho antes: desde lo más básico, como es hacerse la cama, hasta obedecer a los que estaban al mando. Después de un tiempo en esa vida, sintió la necesidad de un cambio y se mudó a Calafate, un pueblo turístico. Empezó a trabajar en ese sector, el turismo, y su vida se volvió más inestable, cambiando mucho de trabajos y lugares. Pero ella se sentía una mujer libre, no se comprometía con nada, derrochaba lo que ganaba, cambiaba a menudo de pareja y siempre andaba descontenta con todo, siempre «enojada con la vida», dice la joven.

Buscó algo de calma en el yoga, el reiki y otras cosas. «Pero siempre había un vacío, siempre estaba triste y mal«. «Pensaba que la felicidad era tener la mejor ropa, comer en los mejores lugares, viajar a todos lados, demostrar a los demás lo linda y buena que era», cuenta Margarita. «Mi vida era un desastre en todo sentido», reconoce. Iba sin frenos, centrada solo en conseguir, en vender, en obtener.

En su interior cada vez había más vacío. En su vida entró «un hombre lleno de inseguridades, machista, violento y agresivo. Esa relación solo trajo mas oscuridad, sufrimiento y violencia», recuerda. Sufrió agresión sicológica y física. Aquel hombre le impedía hacer la vida normal de una chica como ella, ni trabajar, ni estudiar, ni salir con sus amigas. «Un día se puso muy violento y casi me mata».

Tirada en el suelo, llorando, sin saber cómo, empezó a pedir a Dios: «o me sacas de esta casa, o yo lo mato o me mata él a mi», clamó Margarita. «En un momento sentí una voz y una fuerza que me levantó del piso y me dijo: acá estoy». Tomó la decisión de soltar aquella relación, salir de aquella casa y abandonar aquella ciudad. Cuando ya iba en el avión sintió una paz totalmente desconocida y tuvo una certeza: «¡Dios me salvó!».

A partir de entonces, con 28 años, ya no cesó la inquietud de Margarita por conocer y agradecer a su Salvador. Recuerda que ella no sabía nada, ni cómo rezar, ni qué hacer en misa, cómo hacer una buena Confesión… «solo sabía que tenía que aferrarme a Él para sanar y perdonar».

«El Papa Francisco ha influido mucho en mi conversión»
En febrero de 2020 viajó a Roma y tuvo un encuentro con el Papa Francisco. «Él ha cambiado mi vida para siempre, ha influido mucho en mi conversión», asegura la joven uruguaya. Empezó a asistir a catequesis y en 2022 Margarita recibió los Sacramentos de la Comunión y la Confirmación.

«Sé que todavía me queda mucho por recorrer y crecer, pero siento la necesidad de contarle al mundo todo lo que Él ha hecho con mi vida y de lo que me ha salvado. Y decirles a todas las mujeres que estén sufriendo algún tipo de violencia, que con fe y con el amor de Dios se puede salir, se puede sanar y se puede perdonar».

En una sociedad tan llena de ruidos y tan agresiva como la que vivimos, «mantenerse en el camino de la fe es una lucha continua, pero vale la vida», afirma Margarita da Silveira.

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