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Recen por él

Por unos instantes, el mundo occidental se detenía a mirar y escuchar lo que ese hombre vestido de blanco tenía para decirle a la humanidad. Entonces llegó el primer pedido: “Recen por mí”. 

Opinión 27/02/2023 Editor Editor

Cuesta creer que hayan pasado diez años del día en que los argentinos escuchamos ese nombre en el balcón del Vaticano. “¿Dijo Bergoglio?” Todos gritamos y celebramos como la final del Mundial. Otro argentino plantando bandera y haciendo historia. Por unos instantes, el mundo occidental se detenía a mirar y escuchar lo que ese hombre vestido de blanco tenía para decirle a la humanidad. Entonces llegó el primer pedido: “Recen por mí”. 

¿Cuántos lo habrán hecho realmente durante esta década? En aquel día, el Papa del Fin del Mundo, lejos estaba de imaginar cómo iba a cambiar el mundo durante los años de su pontificado. Atrás quedaban los escándalos y la opulencia en el Vaticano y se abría una nueva etapa en la que su misión sería reconciliar a la Iglesia con los hombres. Desde los primeros días esa fue su impronta: una Iglesia pobre para los pobres, que salga a las periferias existenciales al encuentro de los pecadores, para reconciliar al hombre con Dios. Encarnar el significado literal del término pontífice: hacedor de puentes.

No fueron sencillos estos diez años. Ni su lucha por lograr encarnar esos cambios. Desarticular viejas estructuras de poder dentro del Vaticano resultó más complejo de lo que parecía. Y la burocracia le terminó insumiendo demasiada energía. A sus 86 años, hoy Francisco lucha contra varias dolencias y problemas de salud, para no detenerse ni bajar el ritmo. Sigue impulsando reformas, proponiendo sínodos y redactando encíclicas, en jornadas más extensas de lo que sus colaboradores quisieran. Si hay algo que lo desvela: estar a tono con lo que se demanda de él. Y no sería descabellado escucharlo en un tiempo no muy lejano, renunciar, como Benedicto XVI, si llegara a sentir que no puede seguirle el ritmo a sus compromisos. 

 
Le tocó ser el Papa de la pandemia. Y más allá del mensaje que dio al comienzo del confinamiento, “nadie se salva solo”, más de uno le reclama no haber protagonizado un liderazgo espiritual de semejante crisis. Lo mismo que la no intervención en asuntos como la guerra de Rusia con Ucrania. Muchos argentinos no le perdonan que en estos 10 años no haya visitado su país. “Se olvidó de nosotros”, dicen. Los colaboradores de Francisco saben cuánto le pesan esas palabras. Y la explicación siempre es la misma: que sólo profundizaría la grieta.

También le tocó ser el Papa de una sociedad secularizada, en la que la Iglesia perdió su rango de faro moral de la sociedad. Entender los tiempos que corren, predicar el Evangelio sin transigir la esencia del mensaje, pero aggiornando las formas, es uno de los grandes desafíos que encaró. Quizás su mayor contribución a la paz mundial, en estos diez años haya sido su intento por destrabar los grandes conflictos del siglo XX que se arrastraron al siglo XXI y que enfrentan a naciones enteras: Estados Unidos con Cuba, Israel con Palestina; Turquía y Armenia, entre otros de sus viajes memorables.

 *Periodista. Autora de “Francisco. El Papa de la gente”.

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