El atroz “Experimento Kentler”

En la década del 70, un prestigioso sexólogo, Helmut Kentler, promovió que niños sin hogar de Alemania occidental fueran refugiados en hogares de pedófilos bajo la idea de que iban a ser tratados con “cariño”. Según el especialista, era una forma de abordar el problema de los pederastas en el país durante la posguerra. Una investigación de la Universidad de Hildesheim descubrió que las autoridades de Berlín soportaron estas prácticas durante 30 años

Actualidad 15/11/2022 Editor Editor

Helmut Kentler fue uno de los sexólogos más influyentes de la Alemania a partir de los años 60. Apareció en el momento justo, en el lugar menos indicado: se convirtió en una eminencia en un país que estaba desorientado, ardido y aturdido por su pasado reciente, en plena búsqueda por reconfigurar una identidad asociada a los horrores del fascismo nazi.

A fines de los 80 todavía humeaban aquellas ruinas del Tercer Reich y mientras Kentler recorría canales de TV y publicaba libros, Marco era un niño que andaba por las calles de Berlin occidental, a la intemperie de padre y madre. A los ocho lo atropelló un auto mientras callejeaba y su caso fue tomado por los servicios sociales de la capital alemana después de descubrir que su padres no lo cuidaban. El Estado local lo derivó entonces a una casa de guarda. Hasta entrados los 2000, Marco vivió junto a Fritz Henkel, un ingeniero que desde 1973 alojaba varones como él dados en adopción por sugerencia de Kentler.

A Marco el infierno le creció adentro. Entre 1988 y 2003 vivió con su padre adoptivo. Y durante este lapso, y hasta hace muy poco, su cuerpo fue un recipiente hermético, un alma sin sentimientos ni expresiones, sin la capacidad de darse cuenta ni siquiera de sus síntomas: en la preadolescencia llegó a dormir varias noches con un cuchillo bajo la almohada porque, decía, veía al demonio detrás de la pared de su habitación.

Para la conciencia del niño que fue Marco no había nada extraño en la forma en que el padre adoptivo lo trató durante todos esos años. Estaba dentro de lo “normal” que le pegara, lo amenazara y abusara sexualmente de él y de sus “hermanos”. Sin referencias del mundo exterior o familiar, y con el aval de las visitas mensuales al consultorio de Kentler, todo aquello era ordinario como comer, como bañarse, como jugar a los Templarios.

Tres décadas más tarde, el propio Senado abrió una investigación con el fin de esclarecer una pregunta que fulgura como una antorcha desde hace años: cómo fue que pudieron avalar semejante idea.

La politóloga Teresa Nentwig ya había intentado investigar el caso años antes y había descubierto que en los años 70 y 80, por recomendación expresa de Kentler, las autoridades berlinesas designaron deliberadamente como tutores de chicos en adopción a hombres que habían sido condenados por tener contactos sexuales con menores. La sospecha es que el proyecto siguió los años siguientes. Y se desconoce a cuántos niños afectó.

Helmut Kentler era psicólogo y profesor de pedagogía en la Universidad de Hannover. Había escrito varios libros sobre educación sexual y el diario Die Zeit lo había considerado “la principal autoridad de la nación en cuestiones de educación sexual”. Por pedido del Estado a finales de los 60 estudió a los llamados “niños de la estación Zoo”, que se prostituían a cambio de comida, cama, baño y drogas. Kentler analizó y concluyó que el acto sexual debía tener un impacto positivo en el desarrollo personal de los niños.

“En aquellos días, las autoridades de Berlín se vieron impotentes y no entendían cómo debían comportarse con estos jóvenes. De manera que se mostraron favorables a tales ‘experimentos”, explicó Nentwig a Sputnik News cuando comenzó su investigación, en 2016, titulada “El apoyo a los intereses de pederastas y pedosexuales por parte del Senado de Berlín sobre la base del ejemplo del experimento de Helmut Kentler”.

Kentler creció durante la Segunda Guerra. Su padre, que según él contó en uno de sus libros nunca lo amó, se sumó a las filas nazis y llegó al grado de coronel del Ejército. La persecución a los homosexuales fue una política de Estado durante el nazismo y se mantuvo aun después de caído Hitler. Como tal, Kentler se sintió perseguido y asustado. Por aquellos años los gays eran detenidos de a miles sólo por su condición. En 1960 se recibió de psicólogo, lo que le permitió ser “un ingeniero en el ámbito del alma manipulable“, según contó en una conferencia.

Pocos años antes, en una reunión del Club Republicano, un movimiento de intelectuales de izquierda, se identificó por primera vez como gay en público. “Decidí convertir mis pasiones en una profesión (que también es buena para las pasiones: están controladas)”, escribió por esa época. Luego se doctoró en Educación Social en la Universidad de Hannover y en 1975 publicó una guía llamada “Los padres aprenden educación sexual”.

El psicoanalista marxista Wilhelm Reich sostenía que el libre flujo de energía sexual era esencial para construir un nuevo tipo de sociedad. Fue una inspiración para Kentler. En su libro les enseña a los padres a no avergonzarse de los deseos de sus hijos. También creía que la represión sexual explicaba el pensamiento fascista, una idea tomada de un libro del sociólogo Klaus Theweleit, ”Fantasías masculinas”, que había estudiado a los combatientes alemanes y concluía que sus impulsos inhibidos, junto con el miedo a cualquier cosa pegajosa, efusiva o maloliente, se habían canalizado hacia la destrucción.

La emancipación sexual era esencial para los movimientos estudiantiles de aquella Europa occidental. En Alemania los jóvenes creían que el holocausto había determinado la represión del goce. Cuando les tocó ser padres, propusieron una etapa de reconfiguración total. Mandaban a sus hijos a guarderías donde se animaba a los niños a estar desnudos y ser curiosos con los cuerpos de los demás.

Liberar la sexualidad de los niños de las represiones morales, creía Kentler, ayudaría a “liberar energías”, lo que a la vez llevaría a la verdadera democratización de la sociedad alemana. A fines de los 70 el Partido Verde de Alemania, que era una novedad en el mundo político de ese país, llegó a intentar reconsiderar la “opresión de la sexualidad infantil” al pretender incluso la abolición de la edad de consentimiento para las relaciones sexuales entre niños y adultos. Ese fue el contexto en el que Kentler se hizo célebre.

Dirigió el departamento de Educación social en el Centro Pedagógico, un espacio internacional de investigación afincado Berlín que tenía entre sus filas a Herbert Ernst Karl Frahm, más conocido como Willy Brandt, un líder socialdemócrata que sería Canciller de Alemania (1969-1974) y Nobel de la Paz. El espacio estaba financiado por el Senado de Berlín y allí Kentler trabajó en el problema de los fugitivos, los adictos a la heroína y la prostitución de la estación Zoo.

Según investigó Rachel Aviv para un reportaje publicado en la revista New Yorker Kentler se hizo amigo Ulirch, un niño de 13 años que le contó sobre un hombre al que llamaba Madre Invierno, que alimentaba a los chicos de la estación del zoológico y lavaba la ropa a cambio de que “se acostaran” con él. “Me dije a mí mismo: si ellos llaman a este hombre ‘madre’, no puede ser malo”, escribió Kentler en un informe.

Esa experiencia dio lugar al “experimento Kentler”. El sexólogo formalizó y secuenció la práctica del pedófilo de la estación Zoo. Le dio carácter “científico”. Y convenció al Senado de Berlín para que apoyara el proyecto. Kentler encontró otros pedófilos de la zona y los ayudó a establecer hogares de adopción. Según escribió en su libro “Padres prestados, los niños necesitan padres” los senadores de la ciudad querían “confirmar y mantener la reputación de Berlín como un lugar de avanzada en cuestión de libertad y humanidad”.

Las pruebas de cómo se aprobó y desarrolló el proyecto de Kentler ya no existen. Se perdieron o se destruyeron. Según Aviv, cuando Kentler discutió públicamente su experimento dio detalles sobre tres hogares de acogida. Pero en un informe del 2020 encargado por el Senado de Berlín, los académicos de la Universidad de Hildesheim concluyeron que “el Senado también administraba hogares de acogida o pisos compartidos para jóvenes berlineses con hombres pedófilos en otras partes de Alemania Occidental”.

Según un informe oficial de 1988, Kentler dio una descripción detallada de cómo funcionaba su “experimento”. A partir de 1969, los niños sin hogar fueron entregados a “cuidadores” pedófilos para su beneficio mutuo. Kentler comentó ahí con orgullo cómo “logró ganar el apoyo de los empleados responsables de las autoridades locales”.

Al no poder ahondar en otros casos, el informe de la Universidad presentado en 2016 se centró en la casa de Fritz Henkel. Allí también vivió Sven, en la misma época que Marco. Ambos iniciaron una lucha judicial en 2015 para hacer justicia y conseguir una reparación al daño, aunque ni Henkel ni Kentler viven y, además, por el paso del tiempo, las causas habían prescripto.

Sandra Scheeres, actual senadora de Berlín, es la responsable de retomar el caso Kentler. Prometió una indemnización para las víctimas y encargó el estudio a la Universidad de Hildesheim, que tiene los testimonios de tres víctimas, entre ellos Marco, Sven y uno más.

“El escándalo de Kentler se remonta a mucho tiempo y nunca termina para los afectados. Lo que se les hizo a los niños y jóvenes en ese momento es profundamente impactante. El nuevo informe proporciona una imagen más clara y completa de lo que ha estado sucediendo. Saca a la luz nueva información sobre el papel de Kentler, las estructuras y procedimientos de la época y las responsabilidades. Expone el discurso de Kentler sobre un experimento en la reforma educativa como una forma de pasar por alto la representación del abuso sexual de los niños adoptivos“, declaró a la prensa en 2020.

El informe final, firmado por Meike S. Baader, Carolin Oppermann, Julia Schröder y Wolfgang Schröer, muestra que Kentler actuó, intervino y controló en varios niveles, tanto a nivel de la administración del Senado como a nivel de las oficinas de distrito. Kentler fue desde 1966 hasta 1974 jefe de departamento en el Centro Pedagógico de Berlín, un departamento subordinado de la Administración de Educación del Senado, y más tarde profesor de pedagogía social en la Universidad de Hannover.

Las 58 páginas presentadas por los investigadores al gobierno de Berlín no alcanzaron para dar magnitud del impacto. Los propios académicos dijeron que había cerca de 1.000 carpetas sin clasificar en el sótano de un edificio gubernamental que aún no habían leído.

“Estos hogares de acogida estaban dirigidos por hombres a veces poderosos que vivían solos y a quienes la academia, las instituciones de investigación y otros entornos pedagógicos les otorgaron este poder y aceptaron, apoyaron o incluso vivieron situaciones de pedofilia”. El informe concluyó que algunos “actores del Senado” habían sido “parte de esta red”, y que otros habían tolerado los hogares de acogida “porque los ‘íconos’ de las políticas de reforma educativa los apoyaban”.

Los investigadores encontraron que varios de los padres adoptivos sugeridos por Kentler eran académicos de alto perfil. Se cree que la red incluía a miembros de alto rango del Instituto Max Planck, la Universidad Libre de Berlín y la Escuela Odenwald en Hesse, Alemania Occidental, que estuvo en el centro de un gran escándalo de pedofilia años atrás y tuvo que cerrar cuando se descubrió que allí unos 900 estudiantes fueron víctimas de abuso sexual desde 1966 hasta 1989. Tanto en el caso de las casas de Kentler como en la Odenwald, fueron las oficinas de bienestar infantil de Berlín las que enviaron a los chicos que se consideraban “difíciles” a un lugar donde sufrirían abusos sistemáticos.

El equipo científico evaluó los archivos del hogar de Henkel durante los 30 años en los que estuvieron Marco y Sven. Marco le contó a la periodista Aviv que Henkel abusó de él hasta su adolescencia, un tiempo en el que la víctima pasó levantando pesas para poder defenderse. Como ya no podía ejercer la violencia sexual, el “padre adoptivo” lo encerraba y no le daba de comer. Al cumplir 18 Marco no pudo dejar la casa, a pesar de que era libre para hacerlo.

En 2017, Marco leyó un artículo en el que Teresa Nentwig, una politóloga del Instituto para la Investigación de la Democracia de la Universidad de Gotinga, contaba con detalles su propia investigación del experimento, que era originalmente su tesis de grado.

La investigadora creía que los casos habían ocurrido hasta los 70 pero Marco le reveló que el infierno siguió hasta los 2000. Después de intentar investigar durante años y chocar contra la desidia del Senado, como si no quisieran ahondar en la cuestión, la Universidad de Gotinga decidió apoyar con 6.000 euros el trabajo de Nentwig y en septiembre una editorial académica publicará un libro en coautoría con Karin Désirat, quien fue terapeuta de dos de los tres hijos de Kentler.

La periodista Aviv adelantó que la publicación revela que el propio Kentler hizo de su experimento una experiencia personal y que los hijos del sexólogo le contaron a Désirat que fueron abusados. Pero no aceptaron profundizar porque “no querían perder los aspectos positivos del cuidado de Kentler: que tenían suficiente para comer y que los cuidaban y cosas por el estilo”, según le dijo Désirat a New Yorker.

Kentler habló de los pedófilos como benefactores. Para él, ofrecían a los niños abandonados “una posibilidad de terapia”, como le dijo al diario Der Spiegel en 1980. Cuando el Senado de Berlín le encargó que preparara un informe pericial sobre el tema de “Los homosexuales como cuidadores y educadores”, en 1988, explicó que había no había necesidad de preocuparse de que los niños se vean perjudicados por el contacto sexual con los cuidadores, siempre que la interacción no fuera “forzada”. Incluso escribió: “Las consecuencias pueden ser muy positivas, especialmente cuando la relación sexual puede caracterizarse como amor mutuo”.

Marco y Sven quisieron iniciar demandas civiles contra el estado de Berlín y el distrito de Tempelhof-Schöneberg, lugar donde estaba emplazada la oficina de bienestar juvenil, por incumplimiento de deberes oficiales. Pero había pasado demasiado tiempo. Marco intentó contactar a otro hombre que había sido acogido por Henkler, y cuya relación había conducido a una demanda en 1979 pero el hombre todavía conservaba una especie de idilio por su padre adoptivo.

Sven también siempre se mantuvo en contacto con él. “Siempre pensé que le debía algo”, le dijo a Der Spiegel en 2017. “Pero puedo asegurarles que todo lo que mi hermano les dijo sobre nuestro tiempo en el hogar de acogida es la verdad”, le comentó a New Yorker en 2020.

Después de abandonar la casa de Henkel, Marco tuvo contacto con él apenas dos veces. La primera Henkel lo llamó de repente. Según le contó Marco a Aviv, parecía haber desarrollado algún tipo de demencia: le preguntó si se había acordado de alimentar a sus conejos.

La segunda fue en 2015. Marco se enteró que Henkel agonizaba por un cáncer. Fue hasta la clínica y encontró a su abusador acostado en la cama. Tenía una barba larga y miraba a Marco con extrañeza y estupor. Gemía de dolor, la muerte flotaba en esa habitación. Marco lo miró durante menos de cinco segundos. No hizo falta más. Luego giró, cerró la puerta y salió del hospital. Henkel murió al día siguiente.

Fuente: Infobae

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