“Pasé 30 años trabajando como terapeuta de asesinos y concluí que nadie nace malo”, dice psiquiatra forense

(Advertencia: este artículo contiene detalles que pueden resultar perturbadores para algunos lectores).

03/12/2024EditorEditor

(Advertencia: este artículo contiene detalles que pueden resultar perturbadores para algunos lectores).

La noche del 20 de agosto de 1989, Erik y Lyle Menéndez asesinaron a sus padres mientras estos veían una película en su casa de Beverly Hills. Condenados a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional, su caso apenas recibió atención durante años. Sin embargo, recientemente volvió a los titulares debido a un documental de Netflix y una revisión judicial impulsada por pruebas no presentadas en su juicio.

Las opiniones sobre ellos son polarizantes: mientras su tía aboga por su liberación, calificándolos como hombres reformados, su tío asegura que son fríos asesinos que merecen permanecer tras las rejas.

Como psiquiatra forense con 30 años de experiencia trabajando con criminales en prisiones y hospitales psiquiátricos, incluidos asesinos seriales, esta historia me llevó a reflexionar sobre las narrativas simplistas que suelen dividir a las personas entre "buenos" y "malos". ¿Nacemos con maldad inherente o es el resultado de factores complejos que moldean nuestra conducta?

 
La historia detrás del “monstruo”
En 1996, conocí a Tony, un hombre condenado por tres asesinatos brutales, uno de ellos con decapitación. Aunque inicialmente me sentí intimidada por su historial, mi trabajo era ayudarlo a entender sus actos. Durante nuestras sesiones, emergió la historia de su infancia: abusos severos a manos de su padre que dejaron cicatrices profundas en su psique.

Tony no era un "monstruo" en el sentido literal, sino alguien que había sido moldeado por traumas extremos. Su disposición a enfrentar sus demonios internos revelaba una humanidad que desafía las etiquetas simplistas.

 
¿Qué hay detrás de una mente violenta?
Muchos asumen que los asesinos en serie son psicópatas, pero mi experiencia demuestra que la mayoría no lo son. Los psicópatas, por lo general, carecen de empatía y rechazan cualquier forma de vulnerabilidad, lo que los hace poco propensos a buscar ayuda.

Por otro lado, en casos como el de los hermanos Menéndez, hay factores adicionales en juego: ellos argumentaron que los abusos físicos y sexuales de su padre los llevaron a cometer los asesinatos. Aunque esto fue desestimado por los tribunales, sabemos que los traumas infantiles graves pueden tener un impacto devastador en el comportamiento de las personas. Sin embargo, no todos los que sufren abuso se convierten en agresores, lo que nos lleva a preguntarnos qué combinación de factores lleva a alguien a cruzar esa línea.

 
Factores de riesgo y el “candado de la violencia”
La violencia no ocurre en el vacío. Es el resultado de una combinación de factores, como ser joven, varón, sufrir adicciones, vivir en ambientes conflictivos o tener enfermedades mentales. Estos elementos se alinean como los números de un candado, liberando una ola de emociones incontrolables que pueden culminar en actos violentos.

Por ejemplo, la mayoría de los homicidios ocurren entre personas cercanas: parejas, familiares o conocidos. Los asesinatos por parte de extraños son raros y suelen estar relacionados con trastornos mentales graves.

 
Un cambio esperanzador
A pesar de la complejidad del tema, hay buenas noticias. Las tasas de homicidios en países como Reino Unido, Estados Unidos y España han disminuido desde 2004, en parte gracias a cambios sociales y tecnológicos. La reducción del consumo de alcohol entre jóvenes, el uso de cámaras de vigilancia y el fortalecimiento de normas culturales contra la violencia han contribuido significativamente.

Sin embargo, para evitar que mentes vulnerables se conviertan en mentes violentas, necesitamos abordar la raíz del problema. Esto implica entender y tratar los traumas que alimentan el odio y la desesperación 


El poder de la empatía radical
Al final de mi carrera, aprendí que nadie nace malo. Las personas no son inherentemente malvadas; en cambio, hay estados mentales malvados que surgen bajo circunstancias específicas. Cultivar la empatía y ofrecer espacios seguros para que las personas confronten sus emociones es clave para prevenir la violencia.

Como sociedad, debemos alejarnos de las narrativas que deshumanizan a los agresores y comenzar a verlos como el producto de entornos y experiencias complejas. Solo entonces podremos abordar el mal desde su raíz y construir un futuro más seguro para todos.

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