Tenía 9 años, salió a jugar y nunca más regresó: el calvario de una madre y la terrible verdad 32 años después

Michaela Garecht fue secuestrada a plena luz del día frente a la puerta de un almacén donde había comprado unos snacks y unas gaseosas junto a una amiguita. Un joven alto, rubio y sucio se la llevó en un auto. La investigación de la policía y el FBI. Las 15 mil pistas falsas. La desesperación de su madre que decidió ella misma seguir a los detectives. la vida destrozada de la familia. Y el llamado telefónico que les dio la respuesta al horrendo misterio. Por Carolina Balbiani

Curiosidades 05/04/2022 Editor Editor

El sábado 19 de noviembre de 1988 a las 10.15 de la mañana, Michaela Joy Garecht acaba de ser secuestrada para siempre. Solo 15 minutos antes había salido de su casa para jugar con su patineta

Son las 10.10 de la mañana de este sábado. El sol estrella sus rayos de otoño sobre la vereda. Michaela (9) deja caer su patineta, junto a la de su mejor amiga Katrina “Trina” Rodríguez (9), en frente de la puerta del almacén Rainbow ubicado sobre el boulevard Mission, en Hayward, al norte del estado de California, Estados Unidos. Las chicas entran a comprar unos snacks y dos gaseosas. El flequillo dorado de Michaela baila sobre sus ojos azules al compás de sus aros con forma de pluma. Lleva puesta una remera blanca donde se lee la palabra Metro, unos jeans arremangados sobre sus rodillas y guillerminas de cuero negras en los pies.

Minutos después salen con las compras. Van charlando distraídas y se olvidan de sus patinetas. Luego de algunos pasos recuerdan que las han dejado tiradas. Vuelven, pero ya no están las dos. Falta una. Michaela camina un poco más y mira en el estacionamiento al aire libre del lugar. La ve asomar detrás de un auto. Va a buscarla. Se agacha y toma con sus manos el manubrio. De forma intempestiva, un hombre la agarra por la cintura. Michaela grita desesperada. Katrina, que está a una decena de metros, levanta la vista y ve la escena: un hombre blanco y rubio está metiendo en el coche a su amiga. La tiene atrapada con fuerza con su brazo derecho. Michaela, que no llega a 1.40 m de estatura y apenas pesa 34 kilos, sigue a los alaridos. La pequeña Katrina está petrificada. No sabe cómo reaccionar.

 
Este sábado 19 de noviembre de 1988 a las 10.15, Michaela Joy Garecht acaba de ser secuestrada para siempre.

Desde que salió de su casa, a dos cuadras de allí, solo han pasado escasos 15 minutos.

Año tras año, solo el vacío

Katrina se descongela y reacciona. Vuelve corriendo al local para pedir ayuda. La empleada del negocio que llama al 911 en nombre de ella se confunde en la descripción y dice que el hombre que se llevó a la menor tiene un “estilo hippie”, unos 30 años, tiene bigote y maneja un auto colorido. Lo confunde con uno que ella misma ha visto merodeando el estacionamiento esa mañana.

Es el primer error del caso y se prolonga por dos días completos. Buscan a la persona equivocada y se pierden horas clave para encontrarlos.

La policía levanta en el lugar las únicas pistas que encuentra… una huella dactilar y otra parcial de la palma de una mano en la patineta abandonada de Michaela. La tecnología de entonces no es muy precisa y habrá que buscar con quien compararlas.


Michaela con sus hermanitos

Finalmente, la policía logra la descripción de primera mano de la única testigo. Katrina declara que el sujeto es alto -mide cerca de 1,83 m-, tiene entre 18 y 24 años, lleva el pelo largo, rubio y sucio, rozando sus hombros y tiene la cara repleta de marcas de acné. El auto es viejo, de cuatro puertas, de color dorado o tostado, no recuerda bien, con un bollo en el paragolpes delantero.

El FBI, helicópteros, decenas de policías. Todos la buscan. Ofrecen una recompensa de 70 mil dólares para quien provea información sobre dónde podría estar. En el primer año de la búsqueda de Michaela (nacida el 24 de enero de 1979) la policía recibe más de 5 mil pistas que resultan inconducentes.

Ese primer año de angustia provoca un cisma. Los padres de Michaela, Sharon Murch y Rodney Garecht, se divorcian. No pueden enfrentar el drama que les toca vivir. Sharon está obsesionada, ha renunciado a su trabajo y es tremendamente protectora con sus otros hijos.

Sharon decide seguir ella misma, paralelamente a las autoridades, con la búsqueda. Casi no duerme. Le compra regalos a Michaela, ella la llama “Kayla”, soñando que volverá. Canaliza su espanto en actividad rabiosa. Algunas pistas la llevan muy lejos, hasta Rusia. Persigue a los detectives. Empuja la investigación con todas sus fuerzas. Nada. Los días se transforman en meses y los meses se convierten en años.

No hay señales de Michaela, ni viva ni muerta.

Cuanto más tiempo pasa más cree Shanon que su hija puede estar viva. Inicia un blog para seguir buscándola.


El cartel para buscar a Michaela con el identikit del asesino que realizó el FBI (FBI via AP)

Cuando Michaela hubiera cumplido 18 años, Sharon renueva su promesa formal: “Te voy a encontrar” postea en sus redes. La imagina más grande. Aunque ya no sabe si podría reconocerla.

Sube, por las dudas que Michaela pueda leerlos, consejos para escapar de su captor. Cada posteo lleva la firma: Mamá.

Sobre su hija escribe:

“Si tuviera un pequeño bote,

remaría para cruzar el mar para traerte de vuelta conmigo.

Y si no tuviera otra manera de hacerlo, caminaría, gatearía, correría.

Buscaría en los confines de la tierra,

por vos mi preciosa”

Sharon vive en el infierno.

Con una nueva pareja Sharon se anima a intentar tener otro hijo. En diciembre de 1993 nace una beba. La llama Johnna. Cuando llega el momento del nacimiento, han pasado cinco años desde el secuestro de Michaela y otro rapto está conmoviendo a los Estados Unidos: el de Polly Klass (12) quien fue arrancada de su propio dormitorio. Sharon sigue la noticia con los ojos pegados al televisor mientras hace el trabajo de parto. El horror le quita el aliento. Está sumergida en una marea de angustia. Sharon reconoce: “Fue muy duro, al principio, aceptar que había otra persona en mi vida. Pero tenerla resultó una experiencia sanadora (...) Pensar en lo que ella pudo haber atravesado (Michaela) me hace creer que habría preferido no haberla traído a este mundo”.

Asesinato a la esperanza

Durante los primeros años, el secuestro de otra joven en una zona cercana y en la misma época, llevó a los detectives a creer que ambos casos podían estar conectados. El culpable era Tim Bindner, pero el criminal negó tener algo que ver con lo ocurrido a Michaela.

En diciembre de 1992 apareció una supuesta confesión. Un convicto en la prisión de Indiana llamado Roger Haggard dijo haber enterrado el cuerpo de Michaela en un área de San Francisco llamada Hunters Point. Lo llevaron al lugar, pero terminó admitiendo que había inventado su historia.

Para 1994 los detectives ya habían seguido más de 15.000 posibles pistas.

En 2009 la resolución de un caso reavivó otra vez las esperanzas de Sharon. Jaycee Dugard, quien había estado secuestrada desde los 11 años, había aparecido viva después de 18 años. La policía enfocó su mirada en el culpable: Phillip Garrido. El secuestro era similar. Ocurrió a plena luz del día, los lugares de ambos hechos eran cercanos y el rapto de Michaela ocurrió tres meses después de que Garrido saliera de la cárcel al cumplir una condena por secuestro y violación. El auto involucrado, además, parecía similar. ¿Podría ser Garrido el autor del delito? La policía investigó, pero no encontró nada que conectara los casos y las huellas no coincidían.


En 2009 se resolvió el caso de Jaycee Dugard, quien había estado secuestrada desde los 11 años y había aparecido viva después de 18 años. La policía enfocó su mirada en el culpable: Phillip Garrido. El secuestro era similar. Ocurrió a plena luz del día y el rapto de Michaela ocurrió tres meses después de que Garrido saliera de la cárcel al cumplir una condena por secuestro y violación. La pista no sirvió (AP Photo/Eric Risberg)
Tres años después, en agosto de 2012, Wesley Shermantine, un condenado por asesinato escribió una carta a las autoridades diciendo que su “socio” en decenas de homicidios, Loren Herzog, quien se había suicidado en enero de ese año, era muy parecido al identikit del secuestrador de Michaela. Shermantine y Herzog habían sido sospechosos en 19 asesinatos del norte de California. Katrina Rodriguez, la amiga de Michaela, pensó que él podría ser aquel hombre que vio: “Parece una pista seria”, comentó.

Los detectives cavaron en los lugares donde los homicidas habían dispuesto de sus víctimas. El ADN de distintos huesos encontrados no condujo a Michaela. Las huellas dactilares, la tecnología ya era de avanzada, tampoco.

En 2013 Sharon volvió a ilusionarse con alguna novedad cuando apareció con vida otra chica secuestrada desde 2003: Amanda Berry.

Una vez más, la desilusión.

El gran trauma de la vida de Katrina

“Levanté la vista de mi patineta cuando la oí gritar y vi al hombre meterla en el coche. Ella seguía gritando. Yo me quedé parada, congelada por el shock”, recuerda Katrina, la solitaria testigo del drama. Acababa de perder a su mejor amiga en un instante. Ella misma podría haber sido la víctima. La pesadilla se instaló en su cabeza de manera indeleble. Se convirtió en el trauma que la persigue. De hecho, después del secuestro, sus padres nunca más la dejaron estar sola en ningún sitio. Ni al volver del colegio, ni por la calle. Fue tanto el estrés que ellos, al igual que los Garecht, terminaron divorciándose.


La compañera de juegos de Michaela, Katrina, ha confesado que vive con culpa y con un trauma que nunca pudo superar por haber sido testigo del secuestro de su mejor amiga

Katrina se convirtió en ministro de la iglesia y se volvió una persona extremadamente emocional. Cualquier cosa le arranca lágrimas. No puede ver películas policiales, ni leer sobre casos parecidos. Nada de secuestros o psicópatas. Asegura que lo vivido la obligó a crecer rápido y “me dejó un hueco en el corazón. Especialmente por no saber bien qué pasó. Ese hueco se reabre una y otra vez”. Pero admite que nada de lo que le pasa es comparable con lo que le ocurre a la madre de Michaela o con lo que habrá soportado su amiga del alma. La culpa también la acorrala. Haberse salvado no le resulta gratis. Michaela no tuvo una vida, una familia, hijos… Ella sí pudo. Sabe, también, que no ha sido una madre normal: “Siempre seré distinta. Más sobreprotectora que otras madres. Más miedosa en la oscuridad”.

La verdad demorada

A finales de 2019 la pareja de Sharon Murch perdió su trabajo en Union Pacific y tuvieron que mudarse de California al estado de Iowa para instalarse en un lugar económicamente más accesible. En mayo del 2020 Sharon se enteró de que el cáncer de mama que había combatido estaba de regreso. Se había esparcido por su cuerpo. El diagnóstico fue demoledor: carcinoma lobular invasivo. Pero para ella ya nada era tan aterrador como lo que había vivido más de tres décadas atrás: “Cuando supe que era una metástasis pensé… y bueno, ahora veré a Michaela pronto”, confesó.

Ese mismo año murió su nuera, la joven esposa de su hijo Alex. La vida corría fuerte llevándose todo por delante. Y la marejada no se detuvo.


Sharon, la mamá de Michaela, aun luchando contra un cáncer, nunca abandonó la búsqueda de su hija (captura YouTube)

El 21 de diciembre de 2020, en medio de sus tratamientos de quimioterapia, el detective Robert Purnell de la policía de Hayward, la contacta. Quiere hablar con ella en persona. Sharon está débil y teme contagiarse con coronavirus. Además, su ansiedad no le permite esperar a tomar un avión para ir a verlo… ¿qué querrá decirle tan importante?

Se conectan por Zoom.

Lo que le dice es la respuesta que lleva 32 años y 32 días esperando. En la pantalla de su laptop está Purnell: “Es muy duro para nosotros decirte esto. No sabemos dónde está (por Michaela), pero tenemos identificado al hombre que la secuestró”.

Sharon siente como nunca su agujero. Ese vacío horroroso que acarrea. Así que lo han encontrado… las palabras suenan irreales. El FBI y la policía han identificado al que se llevó a su hija. Su nombre es David Emery Misch y tiene 59 años. El tipo tenía 27 el día que se la llevó, piensa. Las únicas pruebas que habían recolectado aquel día coinciden ciento por ciento con la de este criminal que está preso desde 1989 por el asesinato de Margaret Ball (36) en Hayward. Está acusado, también, por el doble asesinato, en 1986, de Michelle Xavier (18) y Jennifer Duey (20).

“No creí que el caso sería resuelto (...). Este hombre lo que hacía era violar y matar gente”, asevera desconsolada.

En la conferencia de prensa que se llevó a cabo unos días después, Toney Chaplin, jefe de la policía de Hayward, dijo a la prensa: “Deseo que el anuncio que hicimos le de algo de paz a la familia de Michaela… saber que la justicia, al fin, llegó, aun después de haber pasado 32 años del horrible crimen. Como jefe de policía quisiera agradecer a todos los hombres y mujeres de este departamento que han trabajado en el caso y que mantuvieron siempre su resolución como una prioridad”.

En esa charla con los medios Sharon participó por Zoom y leyó algo que había escrito: “En el último año había empezado a aceptar la idea de que Michaela ya no estuviera viva (…). Durante estos años, muchas veces me pregunté si realmente quería saber la verdad de lo que le había ocurrido a Michaela. Me preguntaba si podría soportarlo. Como le dije a la policía, estoy contenta de que el secuestrador haya sido identificado. Estoy contenta por tener respuestas. Estoy contenta porque este hombre no podrá dañar a nadie nunca más. (...) Michaela ya no es un caso, pero pido, por favor, que ahora no la olviden (...)”.

En su blog posteó: “Te amo por siempre pequeña bebé. Descansa en paz. Tengo todavía que hacer algunas cosas aquí, pero pronto en un futuro no lejano, te veré. Mamá”.

Sharon no cree en la pena de muerte. Es de esas personas que salva las vidas de las moscas que caen en un café con leche. Con el cuerpo agotado por los tratamientos, al secuestrador le dijo: “Sos nada. No sos importante por matar. Sos menos que un hombre”.

La que acompaña a Sharon a sus duros tratamientos oncológicos es su hija menor, Johnna, la que nunca conoció a Michaela, pero que llegó al mundo para hilvanar los retazos que quedaban de su madre.

En enero de 2021 otra hija de Sharon, Libby, dio a luz a mellizos luego de luchar por años contra la infertilidad. La felicidad duró muy poco. Meses después ella y su marido fueron intubados como consecuencia de una neumonía por Covid-19 y él murió.

La vida sigue con su correntada intentando ahogar lo que poco que queda. Sharon sabe perfectamente cuales son las reglas del juego: la existencia es siempre dar batalla. Acomoda su peluca, ha perdido todo su pelo en la contienda contra el cáncer, y sigue su marcha. Todavía le falta encontrar los restos de su adorada Michaela.

Infobae

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