Uno de los referentes de la nueva derecha asegura que un gay no puede ser de izquierda. ¿Tiene razón?

Álvaro Zicarelli argumenta que la homofobia de Estado en la Cuba revolucionaria y el autoritarismo de Perón son los grandes vicios de origen de la izquierda en la región y su agenda progresista.

Opinión 31/05/2022 Editor Editor

Álvaro Zicarelli (prensa Penguin Random House)

Existe una batalla cultural. Es permanente, existe desde siempre y, en ella, un bando ha dicho que existen buenos muy buenos y malos muy malos. Quienes se han dado hacia la batalla cultural son los grandes derrotados de la historia: la izquierda. Pero no cualquier izquierda, dado que no es lo mismo un marxiano que un marxista.

No es lo mismo un hombre ilustrado que un ser sesgado por lo que quisiera que ocurra y, como nunca ocurrió de forma sostenida y exitosa, necesita culpar a alguien por fuera de su forma de ver una realidad que siempre le da la espalda.

Conscientes del fracaso que la historia les ha deparado a quienes han pretendido reducir al hombre a un número que solo existe como tal si lo hace en pos de un bien que nunca es para él sino para el todo, el intelectual de izquierda moderno, sobre todo el latinoamericanista, siente que el mundo le debe algo. A no confundirse: el progre veterano que se dedica a analizar las nuevas dinámicas sociales lo hace con un sesgo que le permite llegar a conclusiones preestablecidas.

En la época dorada del auge de la izquierda latinoamericana, durante buena parte de la década de los sesenta, no lograron más que intentar imponer sus ideas por la fuerza bajo el supuesto de que “el proletariado se les uniría”. El fracaso en casi todo el continente les tendría que haber dado a entender que el proletariado pretendía otra cosa. Y si vamos a un país como la Argentina, donde a mediados de la década de los sesenta se registraron los últimos índices de pobreza por debajo del 5% y pleno empleo, pretender una revolución armada para suplantar un sistema, solo podía caber en la cabeza de personas que, o no creían en lo que veían, o que pretendían otros desenlaces.

De hecho, las entrevistas posteriores a los cabecillas de las organizaciones armadas de izquierda de la época, esas que al menos son reivindicadas hoy como la izquierda vanguardista iluminada que tomó el camino de las armas para darle al pueblo lo que el pueblo no pedía, nos encontraremos con un factor común entre los trotskistas y los que pretendían un peronismo socialista: el verticalismo militarista. Sin ir más lejos, los fundadores de Montoneros eran unos muchachos de pensamiento ultranacionalista y profundamente católico, con una moralina espantosa que llevaba a niveles de castigos marciales para quienes cometieran adulterio.

No satisfechos, en los años ochenta la progresía volvió a la carga durante la primavera alfonsinista con decenas delibros y la colonización cultural de instituciones educativas públicas bajo un manto de “desmilitarización de la educación” que fue tan extremo que terminó por irse al polo opuesto.

Las venas abiertas de América Latina se cerraron

Para cuando comenzó el nuevo milenio, aún se tenía como libro de cabecera elemental Las venas abiertas de América Latina, del escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano. Hasta el propio Hugo Chávez lo utilizó como regalo protocolar al presidente norteamericano Barack Obama en 2009. En la II Bienal del Libro y la Lectura de Brasilia, en 2014 y poco antes de fallecer, Galeano dejó estupefacto a todo el auditorio: “No volvería a leer Las venas abiertas de América Latina, porque si lo hiciera me caería desmayado”.

Si bien dijo no arrepentirse, sostuvo que se trata de una “etapa ya superada”. El motivo que esgrimió fue tan sencillo como comprensible y así fue como el autor sostuvo que, cuando publicó el libro a sus treinta años, “no tenía los suficientes conocimientos de economía ni de política”.

Deberían, cuanto menos, llamar la atención a los neo-progresistas estas palabras de Galeano. ¿No les hace ruido que el autor de la Biblia progre latinoamericanista diga que no tenía los conocimientos necesarios cuando llevó a cabo esa obra? ¿No sienten un poco de pudor al dárselas de catedráticos amparados en libros de cuyos propios autores dicen que no estaban a la altura de escribir?

Sin embargo, a más de medio siglo de su publicación, a casi una década de las declaraciones de Galeano, Las venas abiertas de América Latina se sigue reeditando año tras año.

¿Como Evita y como el Che?

Hoy, gracias a los intelectuales de izquierda que no gozaron ni medio segundo de fama en aquellos años y que hoy gozan de buena exposición mediática, nos enteramos de que Evita era feminista y seguramente abortera, que el espíritu revolucionario del Che vive en la lucha del colectivo LGBTQI+.

Tamaño contorsionismo intelectual no puede dejar las cervicales en buen estado y quizá sea por eso que no irrigue bien el cerebro, pero el daño cultural hacia las juventudes es total, aunque no irreversible.

Por eso creo, sostengo y defiendo que nunca hay que cansarse de contradecir ni de discutir cada vez que escuchemos o veamos un comentario en ese sentido. ¿Cómo vas a ponerle un pañuelo verde a Evita? Son kilométricas las cosas que se pueden decir al respecto.

En 1950, durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón (teniente general del Ejército Argentino, para el que se haya olvidado), el gobierno publicó un libro titulado La Nación Argentina, justa, libre y soberana. Allí, mientras daban rienda suelta a todo lo que querían mostrar como logros de los primeros años de gestión, aparece un apartado sobre la maternidad. Entre números sobre centros asistenciales, la protección del niño por nacer, la maternidad cuidada y el acompañamiento en la crianza, se puede leer algo que no deja lugar a dudas al hablar sobre “quienes se encuentran al margen de la ley” en materia de salud: “No se detiene allí la acción represora del Estado, pues convencido de que el aborto criminal constituye una práctica amoral y delictuosa, aun cuando la tomen a su cargo profesionales en el arte de curar, ha orientado sus esfuerzos hacia la meta de desterrarla para siempre de entre nosotros”. La señora Eva Duarte de Perón aún vivía.

La polémica frente a la apropiación cultural de quienes denuncian apropiaciones culturales llegó al propio colectivo pro aborto. En la revista Anfibia, María Alicia Gutiérrez y Martha Rosenberg se refirieron a otro texto redactado por la legisladora del peronismo Juliana Di Tullio, el cual se ilustraba con una foto de Eva Duarte de Perón con un pañuelo erde fotomontado. Sostuvieron Gutiérrez y Rosenberg: “La foto de Evita con el pañuelo verde que preside el artículo ‘Ganar o perder’ es un gesto de apropiación fantaseada, tanto del pañuelo como de la figura mítica del peronismo”.

No soy yo, el “facho resentido”, el que dijo eso, eh. Salió en un artículo del sector “verde” en pleno debate por la despenalización del aborto. Y continuaron: “La ilustración habla de la intención de hacer emblema y sentar propiedad del pañuelo verde. Incorporar al acervo peronista la lucha por el derecho al aborto al modo de ‘si Evita viviera... ' es totalmente indecidible”.

Entonces, si alguien viene a decirnos “fachos” por esgrimir los mismos argumentos, se le puede repetir hasta el cansancio una y otra vez la misma argumentación. (...)

En cuanto a la figura de Guevara y el colectivo LGBTQI+... Por dónde empezar, ¿no? José Martí, uno de los autores más citados por los revolucionarios cubanos en sus primeros años —después idolatrado pero nunca más leído— sostenía en “Nuestra América” que el homosexual es “un ser afeminado incapaz de construir una nación” además de dedicarle una definición inolvidable: “Inservible detritus del materialismo moderno”. Si a ello le sumamos el imperio del stalinismo ruso y la versión china del comunismo, ambas tiranías donde se sostenía que la atracción hacia personas del mismo sexo consistía en signos de decadencia burguesa que afecta al proceso revolucionario como un virus, el combo es letal.

Ernesto Guevara de la Serna y su teoría del “Hombre Nuevo” iban en contra de cualquier cosa que pudiera atentar contra lo que se pretendía desde la revolución: un hombre anticapitalista, cooperativo, desinteresado y no materialista. Guillermina Sutter Schneider recordó en su nota “¿Eres gay? El Che Guevara te hubiera enviado a un campo de concentración” que la homosexualidad era castigada con campos de concentración que él mismo dirigía en la Península de Guanahacabibes. En realidad, como corresponde a cualquier izquierdista que se precie de tal, la aberración era llamada “campo de rehabilitación”, donde pretendían, en teoría, reeducar a los “pervertidos sexuales”. Una maravilla de la semántica, dado que los testimonios de la época solo recuerdan torturas y fusilamientos. Pero Guevara no estaba solo, dado que contaba con el apoyo del propio Fidel Castro, quien en 1965 afirmó: “Nunca hemos creído que un homosexual pueda personificar las condiciones y requisitos de conducta que nos permitan considerarlo un verdadero revolucionario. Una desviación de esa naturaleza choca con el concepto que tenemos de lo que debe ser un militante comunista”.

En 1985 salió a la luz en Francia “Conducta Impropia”, un documental convenientemente poco difundido en la Argentina neoprogresista. Los realizadores cubanos —y exiliados en París— Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal dan cuenta de las torturas vividas en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, las temidísimas UMAPs revolucionarias de los primeros años del castrismo. Gracias al avance de las nuevas tecnologías de la comunicación, hoy cualquiera puede verlo en YouTube.

Lleno de testimonios, José Mario, detenido en una UMAP de Camagüey, es uno de los que atestiguan en primera persona la tortura de trabajar en la siembra de tabaco a lo largo de todo el día sin lugar para el descanso. O en la construcción de las propias barracas con cercas electrificadas donde permanecían confinados cuando no los explotaban. El remate es casi un poema de la negación del neoprogresismo si no se tratase de un hecho absolutamente triste: Mario recuerda que la frase más repetida por los represores era “los artistas y los intelectuales son todos maricones”.

Cerrados por la presión de los artistas y los intelectuales —afortunadamente para ellos, heterosexuales—, las UMAPs cerraron en 1968. Muchos, muchísimos años después, Castro reconocería que hubo persecución y asesinatos y asumió la responsabilidad. A medias: dijo que tenía la cabeza puesta en la crisis de los misiles y los intentos de asesinato de la CIA.

¿Cómo no le voy a recordar esta historia entre tantas otras al primero (...) que venga a recriminarme que no puedo ser de derecha y gay mientras muestra orgulloso su remera del Che?

“Cómo derrotar al neoprogresismo. Una batalla política”, de Álvaro Zicarelli, publicado por Penguin Random House, ya está en librerías. Infobae

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