Viajó con su familia a Sudáfrica, se enamoró del guía en un safari y decidió quedarse: del 5 estrellas a una aldea precaria

Macarena, la mayor de los hijos, siempre había sacado las mejores notas y “nunca un problema”, según sus padres, hasta que viajaron a la sabana africana donde en pocos días determinó que quería quedarse a vivir con Zenani, el hombre negro por el que sintió una atracción irresistible y por el que tomó una decisión en 48 horas hecha un manojo de nervios

15/12/2024EditorEditor

Por Carolina Balbiani Infobae


Cuando todos terminaron el secundario la familia decidió hacer un gran viaje para festejar (Imagen Ilustrativa Infobae)

Las matemáticas no pueden aplicarse a los deseos. Eso es lo que le pasó a la formal y tradicional familia de Macarena: los cálculos que sus padres habían hecho brindaron un resultado inesperado. Cuando todo parecía ir encaminado y los cuatro hijos de la pareja ya habían terminado la etapa escolar, se dispusieron a hacer un gran viaje de festejo para cerrar una etapa de sus vidas. Pero lo que creían era un futuro diseñado y previsible, se quebró como una rama seca sin previo aviso. De un día para otro.

Jamás podrían haber sospechado que esas vacaciones exóticas en familia serían el comienzo, para una de sus integrantes, de una vida diametralmente opuesta a la proyectada.

La búsqueda de “la normalidad”
 
Macarena es la mayor de tres (después de ella llegaron a la familia dos varones) y siempre fue la más estudiosa y aplicada. Desde que percibieron sus cualidades y dedicación sus padres colgaron en sus espaldas, naturalmente y sin pensarlo, más expectativas de las que ella podría soportar.

Con madre profesora universitaria y padre ingeniero civil, al terminar el secundario, Macarena optó por estudiar sociología. No por vocación manifiesta o porque quisiera trabajar en algo específico, sino más bien “porque deseaba conocer otros mundos. Intuía que en el mío estaban vedadas las diferencias. Veía desafíos sociales que deseaba explorar, las expectativas del resto sobre mi futuro me acorralaban y lo cierto es que yo no sabía para qué lado disparar. Eso es algo que puedo verbalizar hoy, en ese entonces solo sentía cierta opresión en mi pecho y angustia, sensaciones que obviamente disimulaba y postergaba cualquier análisis”, explica.

 
Desde comienzos de su secundario, Macarena tuvo siempre, sobre su mesa de estudios, un simpático globo terráqueo, de esos que giran con muchos colores, que le había regalado su abuela Jerónima, alguien a quien ella siempre había admirado por su carácter indómito. Sentía que esa esfera era el símbolo perfecto de sus deseos y el mejor regalo que le habían hecho nunca.

El futuro perfecto que habían construido María Rosa y Javier para sus cuatro hijos le había quedado chico a la mayor pero nadie lo sabía.

Macarena nunca se quejó. La queja no era su estilo. Durante todo el primario y secundario sacó las mejores notas, nunca un enfrentamiento con nadie, jamás levantó la voz y menos se le ocurrió sacar los pies del plato fumando o experimentando con drogas, esas cosas que algunas de sus amigas habían comenzado a hacer. Con la facultad todo siguió igual. Tranquilidad, buena conducta y excelentes calificaciones. “Macarena nunca un problema”, decían Javier y María Rosa bromeando.

El run run run de la joven iba por dentro. Tan profundo que, al principio, ni ella podía detectarlo. La navegaba un río subterráneo a punto de desbordar, pero la calma exterior era la de un día soleado y perfecto: “Tenía amigas, pero me aburría a morir con ellas. No me interesaban las mismas cosas. De noche, me desvelaba pensando en cómo vivirían otras familias en lejanas latitudes, cómo sentirían el amor, la tristeza, los afectos. Cómo sería trabajar en otros climas. En extremo frío o extremo calor. No sé. Nada de lo que vivían ellas era lo que me preocupaba a mí. Supongo que yo les parecería medio un bicho raro. Por eso mismo, creo, que nunca tuve un novio formal. Solo algunos candidatos que, luego de unos besos, desaparecían de mi vista. No me volvían a llamar. No lloraba como el resto de las chicas cuando el tipo no aparecía. Esas cosas no me hacían sentirme especialmente mal. Creo que yo experimentaba para ver si podía tener una vida parecida a la del resto: un novio, salidas para hablar de la nada. Me exigía ser como las demás y no me salía. Empecé a darme cuenta de que no encajaba del todo en ningún sitio, pero tampoco sabía por qué. Ni se me ocurrió que podía expresarlo o recurrir a terapia. Por mi cuerpo parecía correr una sangre distinta a la del resto”.

Propuesta “salvaje”
Cuando su hermano menor cursaba el último año del secundario, ella ya estaba recibida, pero todavía no había encontrado trabajo y ganaba dinero dando clases de inglés. A sus padres se les ocurrió que podría ser la última oportunidad para hacer un gran viaje juntos, los cinco. Podría ser una aventura inolvidable. Macarena era la mayor y la más organizada. Le pidieron a ella que se ocupara de todo. Le dieron un presupuesto posible y le pidieron que pensara un destino. Macarena les propuso un viaje a Sudáfrica. Sus padres dudaron primero, pero terminaron aceptando por la insistencia de sus hijos varones. Elefantes, leones, leopardos, búfalos, rinocerontes, playas… estaban enloquecidos por realizar safaris fotográficos y bañarse en ese mar salvaje. La fecha en la que todos podrían viajar fue enero. El típico mes de vacaciones para los argentinos.

Hicieron las valijas, dejaron su casa de La Lucila, en la provincia de Buenos Aires, y partieron apenas arrancó enero de 2009. Aterrizaron en Ciudad del Cabo y todo comenzó de la mejor manera. Excursiones exóticas, babuinos por las rutas, bodegas soñadas, playas al pie de montañas escarpadas, teleféricos para ver el paisaje, buenos hoteles y armonía familiar. Después de esas primeras dos semanas vendría lo más entretenido: las cabañas en medio del Parque Nacional Kruger adonde llegaron en avioneta.

Desde el aire ya observaron elefantes y manadas de búfalos desenfrenados levantando polvo. Era como estar viviendo una película. “Estábamos en África, nos pellizcábamos de la emoción”, recuerda Macarena.

Al llegar, el lujo de las dos cabañas, una para los padres y otra para los hermanos, los sorprendió. Doseles como los de los cuentos de príncipes para evitar los insectos, bañaderas llenas de espuma que los esperaban ya preparadas regadas con pétalos de flores. No podían creerlo. Les explicaron las reglas. No podían caminar solos por el hotel por las noches y tenían que avisar cuando fueran de cabaña a cabaña. Era peligroso. También les contaron que saldrían de safari dos veces al día, al alba y al caer el sol. En el primer turno deberían levantarse a las cinco de la mañana, casi de noche. Era la manera de poder ver a la mayoría de los animales que habitan en el parque. Les asignaron un guía conductor y un tracker (así le decían a los expertos en seguir las huellas).

En la primera salida Macarena se sentó adelante, al lado del que conducía. Contra el vidrio iba bien amarrada una escopeta, por si acaso. Zenani era sudafricano y de raza negra. Tendría unos 35 años, pensó Macarena de 24. Ella era la típica belleza occidental con una cascada de pelo rubio sobre su espalda y enormes ojos azules dispuestos a devorar el paisaje. Este hombre con chaleco y sombrero de donde asomaban pequeños rulos oscuros, le daba la sensación de estar sumamente protegida en ese hábitat desconocido.

Atracción total
Esos primeros dos días fueron la gloria para Macarena. Y por primera vez sentía una atracción física que no podía dominar. Por Zenani. Era algo que jamás había experimentado. Se ríe con nostalgia: “Era una calentura como nunca había tenido. Ese tipo me encantaba y moría por pasar más tiempo con él. Quería estar a solas, pero no sabía cómo podía hacer. La oportunidad la tuve en el tercer día porque mi familia se bajó del paseo de la mañana. Mis viejos estaban agotados y mis hermanos prefirieron dormir y salir en el safari de la tarde. Fui sola y me senté, como siempre, a su lado. Le hablé todo el tiempo y sin parar. En inglés. Él no hablaba muy bien el idioma, pero se hacía entender a la perfección. Cuando paramos a hacer el tradicional picnic con los manteles a cuadritos y el licor de Amarula me animé un poco más y le pregunté cómo era su familia, dónde vivían y esas cosas básicas. Él y su compañero, el detector de huellas salvajes, tenían que prestarle atención a todo el grupo. Pero, como éramos pocos y la mayoría eran alemanes que hablaban entre ellos, tuve más espacio para conversar con él sin que nadie se quejara de que monopolizaba al guía. Noté que él tenía mucha onda conmigo, algo le movía. Era respetuoso, llevaba años trabajando de guía, vivía en una comunidad cercana al parque nacional con sus dos hermanos menores y su madre. No tenía 35 como yo había pensado, sino 28. No estaba casado ni había tenido hijos. Yo seguía pensando en cómo podría hacer para estar solos sin provocar problemas en su trabajo ni con mi familia”.

     
Macarena logró que Zenani se animara a más y arreglaron una cita (Imagen Ilustrativa Infobae)

Finalmente, sonrisas van y sonrisas vienen, Macarena logró que él se animara a más y concertaron una cita: tomarían algo por la noche, después de comer, en ese lobby selvático, cuando la mayoría ya se habría retirado a dormir, exhaustos, después de tantos madrugones.

Zenani y Macarena estaban encandilados el uno con el otro. Quizá sus extremas diferencias de color, de vida, de experiencias, eran la mayor atracción. Sus miradas se enlazaron y transmitían más vibraciones que cualquier palabra que pudieran decir.

Quedaban todavía cuatro noches en las que siguieron conversando cada vez más cerca uno del otro. Cualquier motivo o risa provocaba algún roce casual eléctrico.

Dos días después, Zenani cambió su puesto con otro guía y Macarena le dijo a su familia que no iría al safari matutino, que se quedaría por ahí, en la pileta del hotel. Su madre había percibido algo extraño entre su hija y el guía, pero pensó que una socióloga tenía que indagar un poco en otras culturas y no sospechó nada más complejo.

Lo que en realidad hizo Macarena esa mañana fue irse temprano con Zenani a su aldea. Paseó por su población de calles de tierra, de chozas para premios fotográficos y salpicada por arbustos espinosos y animales domésticos. Conoció a la madre de Zenani y a los dos hermanos que vivían allí. “No tenían lo que se dice un jardín, era como un gran patio con más tierra que otra cosa y algunos corrales de madera con animales. Las gallinas andaban sueltas. Quedé encantada. Sentí que era una vida al natural. ¡Tan distinta al cemento en el que me había criado! ¡Tan lejana a las ciudades turísticas que había visitado! Por primera vez tuve la sensación de querer pertenecer a algo”.

      
Mientras su familia estaba de excursión, Macarena tuvo un encuentro sexual con el guía en la habitación que compartía con sus hermanos (Imagen Ilustrativa Infobae)

Volvieron al hotel y esa misma tarde, Zenani corrió sus riesgos. Mientras la familia de Macarena seguía en una excursión, ahora navegando entre hipopótamos, en el cuarto que Macarena compartía con sus hermanos ocurrió lo previsible: sexo, pasión e inconsciencia. Eran dos jóvenes de mundos disímiles, pero felices. Como dijo Antonio Machado en su poema: “Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora…”.

Así, al menos, lo vivían ellos.

La decisión
Esa noche Macarena no pudo dormir. Decidió hablar con Zenani: le confesaría que estaba dispuesta a hacer la experiencia de quedarse sí es que él estaba convencido y la aceptaba. Él tenía un buen trabajo, si ella se quedaba ¿podría conseguirle alguno a ella en la aldea o en los hoteles de la zona? Era una decisión que debían tomar los dos y en solo 48 horas. Se acababa el tiempo. Los nervios bombeaban sangre a su cerebro al punto de marearla.

“Imprudencia, juventud, llamalo como quieras, pero por primera vez en mi vida iba a desafiar a mis padres con lo que pensaba hacer”, rememora, “Y Zenani aprobó lo que le propuse. ¡Lo que pueden las hormonas! Era un disparate, pero estábamos de lo más convencidos”.

Esa noche era la típica comida para turistas alrededor de una gran fogata con cánticos locales y donde se relatarían experiencias de la selva. Después de eso, ya lo habían pactado con Zenani, ella le anunció a sus padres que quería ir a la cabaña de ellos para hablar “de algo muy importante”. Padres e hijos estaban alojados en dos cabañas contiguas. Macarena no quería que sus hermanos escucharan lo que tenía que decir ni que intervinieran en el tema.

Los tres se sentaron en la enorme cama. Ni María Rosa ni Javier se la vieron venir. En cinco minutos Macarena, la hija perfecta, la que marcaba el sendero de lo correcto, se rebeló y les dijo que se iba a quedar en África, por un tiempo. En la aldea y con Zenani.

     
Sus padres no podían creer que ella, que había sido criada entre algodones, se quedara a vivir en una pobre aldea (Imagen Ilustrativa Infobae)

“Es un tiempo solamente que quiero tomarme para probar otra vida”, les dijo para suavizar el impacto, “Y seguí contándoles lo que me pasaba. Ellos me escucharon mudos. No daban crédito a lo que yo planteaba. Enseguida les quedó claro que no me dejaría convencer por nada ni por nadie. Les expliqué que no me faltaría lo básico, que ya sabía que podía dar clases de español a unos extranjeros que vivían en la zona y que viviría en la casa de su familia. Mamá arremetió con el tema de la salud, de los peligros, de las pestes. Papá con que yo no sabía quién era este tipo ni el resto de la familia, que no tenía la misma cultura, que no se había educado como yo, que a la larga eso pesaría en la relación, que a las mujeres no se las trataba igual en esa sociedad, que podía ser un borracho, un violento o cualquier cosa. En definitiva: no podían creer que yo, criada entre algodones, quisiera quedarme y así lo dijeron: ‘en ese chiquero lleno de animales salvajes viviendo con desconocidos’. Estaban aterrados así que dejé pasar la frase discriminatoria. Pero me dolió que hablaran de esa manera de Zenani y su familia. Las preguntas siguieron: una experiencia ¿de cuánto tiempo? Tres meses. ¿Cuánto aguantaría? No era su tema. ¿Dónde vivía este sujeto? Cerca de allí”, cuenta hoy.

Nada de lo que pudiera contestar Macarena alcanzaría para tranquilizar los temores de sus padres. En algunas cosas, ella tuvo que mentir, simplemente porque no sabía la respuesta. La pelotera se volvió mayúscula. Sus padres se enojaron, levantaron un poco la voz y amenazaron con llevarla por la fuerza al aeropuerto. Macarena les habló claro y fuerte: “Les recordé que yo era mayor de edad y les aclaré que no les estaba pidiendo nada de nada. Ni permiso. Me puse dura, como nunca”. Javier intentó algo más y sugirió que podría ir a encarar a Zenani. Macarena le advirtió: si hacía algo así no la verían nunca más en su vida.

Sus padres no reconocían a su hija en esa joven tan determinada a, textual de sus progenitores, “arruinarse la vida”.

María Rosa quiso aflojar las cosas y esbozó la idea de ir con ella a conocer la aldea y el hogar de Zenani. Macarena se negó. Estaba segura del horror que les causaría a sus padres el lugar y la situación. “Era mejor que no vieran nada. Era mejor que imaginaran. No veía la hora de que se fueran y quedarme tranquila”.

Todo terminó en una tregua artificial donde Macarena prometió que serían solo 90 días, eran los días que podía quedarse, ni uno más. Aunque ella fantaseaba con quedarse y criar un par de hijos en esos pagos lejanos, no lo dijo. Eran sus sueños previos a la realidad desconocida. En cualquier caso, también estaba la posibilidad de convencer a Zenani para que viajara con ella de regreso a la Argentina. Sus amigos podrían conseguirle un trabajo para que él pudiera integrarse.

     
Macarena prometió que serían solo 90 días en esas tierras (Imagen Ilustrativa Infobae)

El día en que todos hicieron sus valijas, ella hizo la suya pero la colocó en la parte de atrás del auto de Zenani.

Sus padres se veían desolados. Le dejaron el cash que tenían a esta altura del viaje, unos 1600 dólares. Lloraron los dos y la abrazaron con fuerza. Eso la conmovió profundamente. Los que ni la miraron ni se despidieron fueron sus hermanos. Estaban tan enojados que habían decidido no hablarle.

Así fue como Macarena pasó de vivir en un hotel cinco estrellas a una chabola sin pisos de porcelanato ni agua corriente.

Nadie sabe, porque no lo hablaron, cómo fue el regreso de esos padres sin su hija mayor. “Debe haber sido traumático. Pero nunca quise preguntarles porque es reabrir viejas heridas”, admite Macarena.

Diferencias culturales ¿irreconciliables?
Los primeros días de Macarena y Zenani fueron fantásticos. Lo nuevo siempre brilla y más bajo el sol estridente de África. Ella comenzó a dar clases de español a unos extranjeros ingleses de la zona y a colaborar con las tareas de la rústica cocina de la familia. Con Zenani compartían una mínima habitación, con techo de paja, con su amor les era suficiente.

Al principio, solo el amor basta.

El primer mes atravesó varias pestes: una enterocolitis que la dejó con tres kilos menos, una infección en una herida en una mano y una tos interminable. Terminando el segundo mes se agarró malaria. Tuvo fiebre, escalofríos y mucha fatiga. Por suerte fue leve y se recuperó después de unas semanas en la que le administraron medicamentos, pero había bajado un par de kilos más. “Estaba esquelética. Vivir como nativa, no como turista, es algo tan distinto que es complejo de explicar. Las comidas, los hábitos de higiene, las pequeñas cosas de todos los días que al principio me parecieron tontas y hasta divertidas. Las pavadas dejaron de parecerme pavadas. Pero después de haber estado enferma, confieso que extrañé a mi vieja más que nunca, sentía que cualquier cosa podía ser un peligro para mi salud. Hervía el agua, limpiaba todo veinte veces y me volví un poco hipocondríaca. Sentía que mi madre había tenido razón con el tema del acceso a la atención médica. Los argentinos, y los de Buenos Aires sobre todo, estamos acostumbrados a tener todo resuelto y cerca. Allá me daba un poco de miedo que no supieran y nada era parecido a lo que yo conocía. A eso sumale que yo era una blanca en una aldea de casi todos negros. Me empezaron a pesar las miradas, los silencios, el no entender la lengua. Zenani seguía trabajando a full y yo pasaba muchas horas con su madre. No sé si ella me aprobaba o solo me aguantaba. Me vería tan distinta, qué se yo. Yo daba clases, pero no podía caminar tan lejos sola y dependía de que me llevaran y me trajeran los vecinos o el mismo Zenani. El amor pasional seguía vigente por las noches, pero a veces no sabía cómo plantearle algo que me incomodaba o la comida que no me gustaba. Ni siquiera estaba segura de que él pudiera entenderme o si estaba pensando que eran mañas de una chica blanca con una vida fácil. Creo que me empezaron a ver como a una turista malcriada. Seguramente lo era, pero yo planteaba hábitos que eran de sociedades con otros recursos. Creo que mis miedos no les gustaban o no los comprendían. Los hermanos de Zenani se mostraban un poco hostiles conmigo, nada especial pero sus caras eran evidentes. A los dos meses y medio ya me había dado cuenta de que la diferencia cultural era mayúscula. Ya me perdía con sus miradas, no sabía si eran de aprobación o de desaprobación. Zenani seguía siendo un tipo amoroso, amable, pero por momentos me resultaba un desconocido al que no podía sondear. Me empecé a plantear si la experiencia no debía terminar. Además, me cuidaba con los días, no tenía pastillas anticonceptivas, y empecé a temer quedar embarazada. Y había detectado que, a veces, Zenani venía con aliento a alcohol. De alguna manera, ya sabía que no quería tener hijos en ese rincón lejano de mi familia y mis raíces”.

    
Las clases que le daba de español a un inglés despertaron los celos de Zenani (Imagen Ilustrativa Infobae)

Fueron días intensos de dudas y lo que terminó de zanjar la cuestión fue un arranque de celos de Zenani. Macarena daba clases de español a un inglés de 36 años. A Zenani se le metió en la cabeza que Macarena y Anthony se gustaban. El planteo enojó mucho a Macarena y la cosa escaló. Zenani se fue esa noche de la casa con un portazo. Volvió al día siguiente.

Pero Macarena ya era otra: había tenido una noche de insomnio barajando el asunto y lo había resuelto. Con la misma firmeza que había tomado la decisión de quedarse, le dijo a Zenani que se volvía a la Argentina. Sentía que se había terminado de romper el delgado lazo que los unía. Lo explicó seria, como pudo, entre lágrimas y besos, pero le aclaró que lo hacía creyendo que sería lo mejor para los dos.

“Fue desgarrador porque lo seguía amando. Pero había descubierto que mis padres tenían razón. Entre los dos había un abismo que se llama cultura. Ni mejor ni peor, distintas costumbres y creencias y expectativas. Llamé a mi vieja y le conté que quería volver. Percibí el alivio en su voz y enseguida me enviaron un pasaje. La despedida fue sin reproches, con un quizá vuelvo, con un quizá podrías venir a la Argentina… Me subí a un taxi y luego a un avión y luego a otro avión y terminé aterrizando en Ezeiza más confundida que nunca. Confieso que pisar tierra en mi país me hizo sentir contenida, que había vuelto a casa. Después de todo tenía un sitio”.

El globo terráqueo embarazado de sueños

Macarena lloró. Macarena se arrepintió. Macarena quiso volver. Macarena quiso invitar a Zenani a su país. Macarena se preguntó, cada día, en los siguientes meses: “¿Todo amor tiene un final? ¿Hubiera sido posible otro desenlace? ¿Me equivoqué al quedarme o me equivoqué al marcharme? ¿Estoy a tiempo de volver a intentarlo?”. Eran preguntas para las que no existían respuestas definitivas y que el paso del tiempo terminó borrando hasta que no quedó ninguna.

Volvemos al principio: las ciencias exactas no pueden resolver algunos desafíos del alma. El algoritmo de la vida es bastante más complejo y no se le pueden aplicar fórmulas salvadoras. Cada uno ensayará la suya. Hoy Macarena cuenta su historia con cierto humor y algo de nostalgia. Ya pasaron de aquello casi quince años.

“Después de ese gran amor me costó reconstituirme. Tenía la vara muy alta en lo que se debe sentir. En ese apretón de estómago con estrellitas y… nada me alcanzaba. Salía con alguien que me gustaba un poco, pero a los diez días ya no lo soportaba. Me parecía previsible, aburrido, soso, que no era para mí. Nunca más volví a sentir algo como lo que viví con Zenani. No sé qué sigue en mi vida. No sé si él me habrá perdonado, si habrá olvidado. Ni siquiera me anime a sacarle un pasaje para que viniera a probar suerte acá. Después de un tiempo dejamos de hablar y todo se diluyó. Me ganó la idea de que él no iba a ser feliz en un país de blancos, que podrían discriminarlo mucho. Hace años que no sé de él. Hoy trabajo mucho en mi profesión, lo paso bien, pero tampoco llevo la vida que quisiera tener. Aunque no sé bien qué es lo que quiero en realidad, ni cómo lograrlo. Para eso hago mucha terapia. Solo puedo asegurarte que pude amar mucho, que me animé en parte a intentarlo, pero que finalmente me di cuenta de que la cultura pesa más de lo que yo creía. Mis padres terminaron comprendiéndome. Hoy no opinan sobre mis cavilaciones. Saben que un día puedo volver a volar, o no. Quizá debería animarme a más, pero ya no tengo la mirada inocente de los veinte años. De todas formas, no me gustaría llegar a los 80 y mirar atrás y decirme: ¿cómo no me animé? Por eso siempre estoy abierta a lo que sea que pueda ocurrir”.

Un detalle no menor: al pequeño globo terráqueo, que le regaló su abuela Jerónima, Macarena le otorgó un trono especial en la biblioteca de su nueva casa en Beccar. Explica riendo, pero en serio: “De alguna manera ese globo encierra mis genuinos deseos de infancia y de adolescencia. También mis desafíos como adulta. ¡Está embarazado de sueños! Algunos chicos quieren juguetes o mascotas… yo siempre quise habitar, en carne y hueso, las venas del planeta. En eso estoy todavía, pensando en cómo lograrlo y ser del todo feliz. Le pido todos los días a mi globo terráqueo, como si le rezara, que me muestre el mejor camino para llegar a destino”.

Fuente: Infobae

Lo más visto
6XDUM7ICCREL7LNUKNMEHM2CGI

Viajó con su familia a Sudáfrica, se enamoró del guía en un safari y decidió quedarse: del 5 estrellas a una aldea precaria

Editor
15/12/2024

Macarena, la mayor de los hijos, siempre había sacado las mejores notas y “nunca un problema”, según sus padres, hasta que viajaron a la sabana africana donde en pocos días determinó que quería quedarse a vivir con Zenani, el hombre negro por el que sintió una atracción irresistible y por el que tomó una decisión en 48 horas hecha un manojo de nervios