¿Siempre habrá guerra? Freud se lo respondió a Einstein

Había pasado la Primera Guerra Mundial y se venía la Segunda. Entonces el físico quiso pensar cómo acabar con lo que consideraba una maldición. Y el psicoanalista tenía algo para decir

21/10/2024EditorEditor

En 1932, Albert Einstein, preocupado por la devastación de la Primera Guerra Mundial y temiendo una nueva catástrofe, le escribió a Sigmund Freud para preguntarle si había alguna forma de librar a la humanidad de la "maldición" de la guerra. Esta correspondencia se convirtió en un diálogo profundo entre dos de las mentes más brillantes del siglo XX sobre la naturaleza humana y la guerra.

Einstein, desde su perspectiva científica, buscaba respuestas racionales y objetivas para un problema profundamente emocional y destructivo. Preguntaba si el desarrollo psíquico de la humanidad podría ser encaminado para resistir las tendencias de odio y destrucción. Freud, con su enfoque psicoanalítico, le ofreció una respuesta que tocaba aspectos oscuros de la naturaleza humana, específicamente los instintos de agresión y destrucción que él creía inherentes al ser humano.

Freud argumentaba que los conflictos, al igual que en el reino animal, se habían resuelto históricamente mediante la fuerza. La evolución de la civilización permitió que, en vez de la fuerza bruta, surgiera el concepto de derecho y justicia, pero este derecho no era más que el poder de la comunidad. En este proceso de civilización, las tensiones nunca desaparecieron, ya que los más fuertes aún luchaban por imponer su voluntad dentro de las estructuras sociales.

Lo más relevante de su reflexión es su teoría de los instintos, donde Freud describe dos fuerzas en tensión: el Eros (instinto de vida, unión, y conservación) y el Tánatos (instinto de muerte, destrucción). La guerra, según Freud, es una manifestación de este último instinto, y las tendencias agresivas son difíciles de erradicar porque forman parte de nuestra naturaleza. De hecho, Freud argumenta que la destrucción externa puede ser un alivio para el individuo, ya que redirige la agresión hacia fuera en lugar de que se vuelva hacia uno mismo.

Sin embargo, Freud no es completamente pesimista. Sugiere que la clave para combatir la guerra es fortalecer los lazos afectivos entre las personas, ya que el Eros, el instinto de unión, puede contrarrestar al Tánatos. Aunque admite que la eliminación total de la agresión humana es prácticamente imposible, ve una posible solución en la construcción de vínculos más sólidos y en el progreso de la cultura, que actúa como una fuerza para reprimir y sublimar las tendencias destructivas.

La conclusión de Freud es sombría pero esperanzadora: la guerra es parte de la condición humana, pero no podemos dejar de luchar contra ella. La cultura nos ha llevado a no tolerarla, y ese mismo impulso nos da la esperanza de que algún día podamos superarla.

En resumen, Freud reconoce que la guerra parece inevitable, pero la única solución radica en el poder del amor, la unión y la construcción de comunidades fuertes. La pregunta de si siempre habrá guerra sigue sin respuesta definitiva, pero este intercambio entre Freud y Einstein subraya la importancia de reflexionar sobre nuestras propias tendencias y cómo podemos trabajar para dominarlas.

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