La increíble historia de la familia Lykov: estuvo aislada 40 años en Siberia y no sabía de la II Guerra Mundial ni de la llegada a la Luna

Eran perseguidos por su religión y decidieron escaparse de la civilización. Enfrentaron frío y hambre, entre otras grandes dificultades de vivir solos en medio de la selva

14/10/2024EditorEditor

En el verano boreal de 1978, un helicóptero soviético sobrevolaba el vasto y desolado paisaje de la taiga siberiana, una extensión impenetrable de bosques que se extiende desde el Ártico ruso hasta Mongolia. Los geólogos a bordo de la aeronave exploraban uno de los territorios más inhóspitos y vírgenes del planeta. Desde el aire, el piloto notó algo inusual: lo que parecían ser líneas oscuras marcando el suelo entre los árboles, como si alguien hubiera cultivado un jardín en medio de esa inmensidad.

Desconcertados, los geólogos decidieron investigar. Lo que encontraron fue algo que desafió su entendimiento y dejó perpleja a toda la Unión Soviética: una familia que había vivido completamente aislada del mundo durante más de 40 años, sin saber nada de lo que sucedía fuera de su pequeño refugio en el bosque. Los Lykov, como se llamaban, no tenían idea de acontecimientos históricos cruciales, como la Segunda Guerra Mundial o la llegada del hombre a la Luna. Habían sobrevivido cultivando sus propios alimentos, cazando, y enfrentando las duras condiciones climáticas de Siberia.

Los Orígenes del Aislamiento
La historia de esta familia comenzó con Karp Osipovich Lykov, el patriarca, que pertenecía a una secta ortodoxa rusa conocida como los "raskólniki", que huían de la persecución religiosa desde el siglo XVII. Durante las purgas soviéticas de los años 30, cuando el cristianismo fue brutalmente reprimido, Karp decidió que era momento de escapar más allá de la civilización. Luego de que un patrullero matara a su hermano, Karp reunió a su esposa Akulina y sus hijos, Savin y Natalia, y se adentró en la vasta taiga siberiana en 1936. Allí, en un aislamiento casi absoluto, construirían una nueva vida.

La familia se estableció en una cabaña precaria y se dedicaron a cultivar lo que podían en los duros suelos de la taiga. En este lugar extremo nacieron dos hijos más: Dmitry en 1940 y Agafia en 1944. Los niños crecieron sin ningún contacto con el mundo exterior. No sabían de la existencia de ciudades, no conocían el pan, y nunca habían visto un libro ni una imagen impresa.

La Dura Vida en la Taiga
La vida en el corazón de Siberia fue extremadamente difícil para los Lykov. La familia vivía en condiciones muy precarias, dependiendo exclusivamente de lo que podían cultivar y cazar. Su cabaña era pequeña, oscura y fría, una madriguera sostenida por troncos torcidos y ennegrecida por las lluvias. La madre, Akulina, luchaba para alimentar a sus hijos con lo poco que conseguían.

Durante los años 50, la familia comenzó a enfrentar hambrunas debido a la escasez de cultivos y la inclemencia del clima. Dmitry, el hijo menor, había desarrollado una asombrosa resistencia física, y era capaz de cazar descalzo en la nieve, persiguiendo animales hasta agotarlos. Aun así, su dieta seguía siendo insuficiente. En 1961, una nevada destruyó por completo sus cultivos, lo que llevó a un periodo que Agafia, la hija más joven, llamó "los años del hambre". Durante esta crisis, Akulina, la madre, sacrificó su ración de comida para alimentar a sus hijos y terminó muriendo de hambre.

El Descubrimiento y el Primer Contacto
Fue en 1978 cuando el destino de los Lykov cambió. Un grupo de geólogos, que exploraban la región en busca de minerales, se topó con la pequeña cabaña escondida entre los árboles. Intrigados por la posibilidad de encontrar seres humanos en un área oficialmente deshabitada, decidieron acercarse. Lo que vieron fue surrealista: una familia completamente aislada, que hablaba un idioma extraño, distorsionado por décadas de aislamiento, y que desconocía el mundo moderno en su totalidad.

Galina Pismenskaya, una de las geólogas que formaba parte del equipo, relató cómo fue ese primer encuentro. Cuando se acercaron a la cabaña, un hombre con una larga barba salió, visiblemente asustado. Era Karp Lykov. "Si han venido desde tan lejos, lo mejor es que entren a nuestra casa", les dijo después de un momento de duda. Dentro de la cabaña, las hijas Agafia y Natalia se escondían con miedo, rezando fervorosamente.

Con el tiempo, los geólogos volvieron a visitarlos, llevándoles provisiones y compartiendo con ellos lo que sucedía en el mundo exterior. Los Lykov, fieles a sus creencias religiosas, rechazaron muchos de los regalos, excepto la sal, que aceptaron con gratitud. No conocían el pan, y cuando los geólogos les ofrecieron este alimento básico, el padre Karp comentó: "Yo lo he comido, pero ellas no. Nunca lo han visto".

El Impacto del Mundo Moderno y las Tragedias
El contacto con el mundo exterior fue un choque cultural profundo para los Lykov, quienes, hasta ese momento, vivían en una especie de cápsula temporal. La familia no entendía conceptos como la Segunda Guerra Mundial o la carrera espacial. Los satélites que cruzaban el cielo nocturno les parecían nuevas estrellas, y Karp admitió haber visto estos "nuevos astros" en sus noches en el bosque, sin saber que eran satélites artificiales.

Sin embargo, el contacto también trajo consecuencias trágicas. En 1981, apenas tres años después del primer contacto, tres de los hijos de Karp murieron en rápida sucesión. Savin y Natalia fallecieron de insuficiencia renal, posiblemente debido a su dieta deficiente, mientras que Dmitry murió de neumonía. A pesar de que los geólogos le ofrecieron llevarlo a un hospital, Dmitry se negó, diciendo: "Un hombre vive el tiempo que Dios le concede".

Karp, devastado por la muerte de sus hijos, continuó viviendo con su hija Agafia en la cabaña. Finalmente, en 1988, Karp murió mientras dormía, y Agafia, ahora completamente sola, lo enterró con la ayuda de los geólogos. A pesar de estar sola, Agafia decidió seguir viviendo en la taiga, fiel a las enseñanzas de su padre y a su fe religiosa.

La Última Sobreviviente
Hoy en día, Agafia Lykov sigue viviendo en la taiga siberiana, aferrada a su vida tradicional y a sus creencias. A pesar de su avanzada edad y los problemas de salud que enfrenta, ha rechazado abandonar el lugar que su familia llamó hogar durante más de 50 años. Gracias a la ayuda de voluntarios y benefactores, Agafia ha recibido una nueva cabaña y suministros para enfrentar los duros inviernos, pero su esencia permanece intacta: sigue aislada del mundo exterior, fiel a sus creencias y su forma de vida.

La historia de los Lykov es un testimonio de la increíble resistencia humana y la lucha por la supervivencia en uno de los entornos más hostiles del planeta. Pero también es un recordatorio de lo que significa estar completamente desconectado del resto del mundo, viviendo en una realidad paralela, donde las noticias y los avances de la civilización no llegan, y la vida sigue los ritmos de la naturaleza.

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